Diario de León

TRIBUNA

Ruido mediático y violencia de género

Publicado por
José Antonio García Marcos. Psicólogo clínico
León

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E n nuestro país se suicidan cada día unas diez personas. Entre treinta y cincuenta lo intentan pero no lo consiguen, bien porque el método que utilizan no es suficientemente letal o porque alguien de su entorno más inmediato los rescata en el último momento.

De todas estas tragedias diarias que se viven en el ámbito personal, familiar, sanitario y, a veces, judicial no suele haber ninguna repercusión mediática, ni en prensa, radio o televisión.

Desde hace ya mucho tiempo, los profesionales de la información han interiorizado como norma no informar sobre casos de suicidio porque son conscientes del llamado efecto contagio.

Este fenómeno se conoce desde el siglo XVIII, cuando el escritor alemán Wolfgang Goethe publicó Las tribulaciones del joven Werther , cuyo protagonista terminaba suicidándose. La ola de suicidios que desencadenó fue tan alarmante que el propio Goethe, en ediciones posteriores, se vio forzado a encabezar el relato con la siguiente exhortación a los lectores: «Sé un hombre y no sigas mi ejemplo».

La explicación de este hecho podría ser la siguiente: En cada sociedad hay una tasa más o menos fija de personas que se quitan la vida cada año (en nuestro país se suele situar entre seis y diez por cada cien mil habitantes/año). Un número varias veces mayor hace un intento que, por distintas razones, termina frustrado. Pero, además, hay un ingente número de personas (posiblemente uno de cada cien) que en algún momento de su vida contempla el suicidio como una posible solución a sus problemas vitales.

Como el ser humano, a pesar de siglos de civilización y de reformas educativas, mantiene en lo más profundo de su cerebro una marcada tendencia a imitar el comportamiento de los otros, cuando los medios de comunicación hablan de suicidios, sobre todo si son de personas famosas, suelen desencadenar conductas autolesivas de imitación en los más influenciables.

Tanto el suicidio como la violencia de género tienen causas y raíces muy profundas. Las del suicidio hay que buscarlas en la complejidad de las enfermedades mentales y en las distintas formas que adopta el sufrimiento humano.

Con respecto a la violencia de género, hay que señalar que el hombre, o, más exactamente, un determinado número de hombres, ha utilizado de forma sistemática la violencia como estrategia fundamental a la hora de solucionar los conflictos que surgen en la vida matrimonial o de pareja por dos razones.

Una, porque, por lo general, es más fuerte y, la otra, porque con el comportamiento violento se zanja definitivamente el conflicto. Él vence y ella se calla y se siente humillada.

La violencia de género ha sido consustancial en el hombre desde el albor de los tiempos pero, posiblemente ahora, se produzcan más matanzas de mujeres a manos de hombres. Antes la mujer no veía salida al sometimiento y violencia del varón. Ahora, ve una salida: la separación.

Pero hay hombres, demasiados, que esa salida no la toleran. «Si no eres mía, no serás de nadie». Como son muchos los que piensan esto, cada vez que sale como noticia en los medios de comunicación que un hombre ha matado a su mujer, algunos de los que están pensando en solucionar de forma violenta los problemas que tienen con su pareja se dicen a sí mismos: «si este lo ha hecho, por qué no puedo hacerlo yo» y comienzan a maquinar el fatal desenlace.

No debería ser un tabú hablar en los medios de comunicación sobre temas delicados y sensibles pero hay que hacerlo huyendo del sensacionalismo y del caso particular. Y, sobre todo, hay que pensar que tanto el suicidio como la violencia de género son problemas que nos implican a todos.

El suicidio es, fundamentalmente, un problema sanitario que afecta, sobre todo, a Atención Primaria y a Salud Mental. Hay investigaciones que demuestran que una buena coordinación de estas dos estructuras sanitarias junto a la ayuda a las familias y otros instrumentos (teléfono de la esperanza, accesibilidad a las urgencias médicas) pueden reducir significativamente su incidencia en una población determinada.

Disminuir la violencia de género es más complicado porque se tienen que implicar más actores: cambios legislativos, actuación policial y judicial y, sobre todo, educación, educación y más educación.

Una educación centrada en valores de igualdad, solidaridad, empatía, resolución de conflictos, afrontamiento del estrés, etc. Y esto desde la más tierna infancia.

La violencia, sea verbal o física, nunca debería ser una estrategia adecuada para solucionar conflictos interpersonales. Y el ruido mediático que se genera en torno a la violencia de género debería dejar de escucharse, sobre todo abriendo telediarios o portadas de periódicos.

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