PANORAMA
Europa solidaria o invadida
E stamos viviendo los días más duros en cuanto a la llegada de inmigrantes a Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Las televisiones nos muestran imágenes desoladoras, en las que los niños son los tristes protagonistas de una catástrofe que tiene, desde luego, responsables directos —algún día, al dictador sirio y a sus enemigos islamistas habrá que juzgarlos por genocidio; será posible y lo veremos— y cooperadores necesarios —algún día, y también lo veremos, los capos de las mafias que traen gente como si fuera ganado, o en peores condiciones, comparecerán ante la justicia internacional—. Llegados a este punto, creo que a la próspera Europa le toca paliar algunos males, ofrecer una imagen solidaria y a todos y cada uno de los países que componemos la UE nos corresponde apretarnos algo el cinturón para que esa catástrofe no adquiera dimensiones ingobernables.
Es decir, a mí me gustaría que la Vieja Europa, en cuyo seno me encuentro muy cómodo, diese ejemplos completamente diferentes a los que nos ha ofrecido el Gobierno ultraderechista húngaro, mucho más presto a levantar alambradas de púas que a mitigar el sufrimiento de seres humanos.
Puede que suene a buenismo —y qué—, pero la verdad es que hemos construido sociedades egoístas, encerradas en sí mismas. Y, así, en España somos capaces de prestar —lo de la devolución es otra cosa— treinta mil millones de euros para el rescate de Grecia, aunque bien es verdad que nos pidieron opinión al respecto tarde y mal, y ¿no seremos capaces de destinar trescientos millones, un alojamiento siquiera temporal, para paliar las primeras necesidades del cupo de refugiados que nos tocase en un euroreparto?
Más vale que nos vayamos acostumbrando a la solidaridad, voluntaria o forzada, porque lo que se adivina en los países periféricos no contribuye nada a la tranquilidad: ni Africa, como continente, ni Oriente Medio, como polvorín, han dejado de tener problemas que pueden ser muy cuidadosamente diagnosticados, pero que necesitan de una urgente solución. Han de ser los gobiernos europeos quienes, distanciándose del mal ejemplo húngaro, se aproximen más bien a lo que hacen alemanes, daneses o suecos, o a lo que predican los franceses. Es posible que, siendo la historia de la Humanidad la de las migraciones, ya haya comenzado a caer de nuevo el sacro Imperio Romano. Pero el cierre de fronteras no hará sino acelerar esa caída y hacerla más dura, más peligrosa.