FRONTERIZOS
Vivir en tiempos sombríos
E l caso es que tenías bastante claro el asunto, pero no hubo forma. Se te había cruzado como una flecha un viejo poema de Bertolt Brecht que no eras capaz de quitarte de encima. «El que ríe es que no ha oído aún la noticia terrible, aún no le ha llegado».
Aterriza en León la alta velocidad y tú querías escribir una columna documentada y reivindicativa sobre el futuro de las comunicaciones ferroviarias en la Comarca Ensimismada, un artículo reclamando un servicio rápido y racional que permita a los bercianos llegar a Madrid en tres horas, tomarse unas croquetas de bacalao en Casa Labra y volver a casa a cenar.
Pero no hubo forma, no te salían más que nombres exóticos, extraídos de un milenario cuento oriental: Zainb, Haider, Aylan, Galip, Nilufer... Nombres de niños que vivían en ciudades con palmeras, que pintaban cosas bonitas para intentar olvidar el miedo. Niños de pantalón corto, mojados, extrañamente inmóviles, tumbados boca abajo en una playa turca del Mediterráneo.
Habías pensado referirte el túnel del lazo, esa fascinante solución de la ingeniería del siglo XIX, totalmente obsoleta en el XXI, que conecta desde hace casi siglo y medio este país al que sólo se puede entrar bajando con la meseta obispal astorgana. Pero no hay forma, el poema del alemán se imponía sobre raíles, ingenieros y máquinas de vapor: «¡Qué tiempos éstos en que hablar sobre árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías!»
Para dar un toque cosmopolita, que siempre queda bien en provincias, se te había ocurrido divagar sobre el superior encanto de las despedidas melancólicas en las estaciones ferroviarias frente al realismo sucio de las estaciones de autobuses o la palidez de los aeropuertos donde, nos enseñó Antonio Pereira, es lenta la luz del amanecer y la única despedida aceptable ya la rodó hace décadas Michael Curtiz en plano/contraplano.
No hubo forma. Entre Bogart y Bergman se colaba irremediablemente Brecht: «Me dicen: ¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes! Pero ¿cómo puedo comer y beber si al hambriento le quito lo que como y mi vaso de agua le hace falta al sediento? Y, sin embargo, como y bebo».
Si escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie, con qué cara se puede reivindicar una mejora ferroviaria, la construcción de una carretera, el cambio de una papelera, ante esa dolorosa fotografía del niño inmóvil en una playa lejana. Una imagen que avergonzará a nuestros hijos, que verán con sonrojo nuestros nietos, que ilustrará los libros escolares de nuestros bisnietos.
Una estampa que te lleva otra vez a ese viejo verso alemán: «Pero yo no puedo hacer nada de esto: verdaderamente, vivo en tiempos sombríos».