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Publicado por
Antonio Papell
León

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C on la política a pleno rendimiento durante agosto y en vísperas de dos intensas campañas electorales, no cabe este año hablar de ‘rentrée’ en septiembre sino de simple enfilada de la recta final que ha de conducirnos a una próxima legislatura. Este final de etapa es atolondrado y confuso por varias razones. En primer lugar, porque estamos asimilando aún la novedad de los partidos emergentes, que nacieron en plena crisis y cuando la corrupción agravaba moralmente el sufrimiento de los más damnificados por la coyuntura; y, por primera vez, estas organizaciones ‘nuevas’ se presentarán a unas elecciones generales. En segundo lugar, porque el problema catalán, exacerbación del viejo victimismo de que ha hecho gala constantemente el nacionalismo autóctono, se ha convertido en una destemplada e impertinente invocación a la independencia, que lógicamente no tiene encaje constitucional y que no parece contar con el apoyo mayoritario de los catalanes.

En estas circunstancias, las encuestas sugieren un futuro gobierno de coalición en el Estado ya que el PP, que ha conseguido sacar al país de la crisis queda bastante lejos de la mayoría suficiente para gobernar en solitario. En parte por la recuperación del PSOE, en parte por la concurrencia de nuevas formaciones —Ciudadanos pesca en los caladeros de los dos grandes partidos— y en parte, finalmente, por los gravísimos episodios de corrupción de los que el PP ha sido protagonista y que le han hecho perder una parte notable de su clientela.

Ante estas expectativas, el PP está recurriendo a la conocida táctica de amedrentar a los electores con el argumento de que los esfuerzos realizados para salir del túnel podrían ser baldíos si quien gobierne después de las generales no practica las políticas adecuadas. Para Rajoy, un gobierno socialista, apoyado por Podemos, dilapidaría los réditos conseguidos.

Las circunstancias favorables de la economía, que crece a buen ritmo en un contexto amable, han mejorado el clima psicológico de la ciudadanía, que se ha lanzado a consumir y relativiza sus preocupaciones políticas, como reflejan las encuestas. Este apaciguamiento ha tenido como consecuencia más evidente el reflujo de las opciones políticas nuevas. Y por ello el bipartidismo se está reconstruyendo a ojos vista: Podemos está deslizándose irremisiblemente hacia el espacio político de IU y Ciudadanos quedará convertido en partido bisagra «de autor», es decir, con una representación equivalente al atractivo de su líder, que gestiona más un espacio y una función que una verdadera ideología.

Sea como sea, nos aguarda un periodo intenso y desazonante, en que, bajo la prosperidad general, la cuestión catalana perturba la normalidad con una osadía desconcertante, que se estrellará sin embargo en la fortaleza del Estado de Derecho, que sí tiene el respaldo incondicional de la inmensa mayoría.