Diario de León

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luis del olmo periodista
León

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U n saludo muy cordial a todos vosotros, queridos paisanos. Soy Enrique Gil y Carrasco, hace 200 años que nací, y para celebrarlo, he querido estar hoy con todos vosotros. He tenido que encarnarme por un rato en el cuerpo de Luis del Olmo, y es que este paisanín se deja ver porque es muy alto y también se deja oír porque tiene buena voz y aunque no fue actor de teatro, sí lo fue de la radio, un invento que yo no llegué a conocer.

Esta ha sido la mejor forma de comunicarme con vosotros desde el más allá, y participar de alguna manera de vuestra fiesta. Compruebo que aunque soy villafranquino de nacimiento, en Ponferrada se me aprecia de verdad. Tengo un instituto a mi nombre, donde precisamente estudió el paisano de cuya voz me he apropiado, y además hay una calle que se llama como yo, donde precisamente está el Museo de la Radio. Veo que pasan los años, pero lo esencial del Bierzo sigue tal cual. La devoción a nuestra patrona la virgen de la Encina no se ha difuminado en la atmósfera, a pesar de los nuevos inventos que, al igual que la radio, se instalan en el aire y convierten el mundo en una aldea.

N o pienso contaros mi vida, porque supongo que la habéis estudiado en el colegio, pero sí os quiero recordar hoy con mis palabras algo que todos tenemos en común. Se suele decir con bastante frecuencia que el berciano nace y se hace, o para ser más exactos, no se conforma con ver la primera luz en el Bierzo, sino que además a lo largo de la vida, ejerce de berciano, y se dedica a la noble práctica de «hacer Bierzo». Nace en el Bierzo, se hace en el Bierzo y «hace Bierzo».

A mi me han llamado berciano universal, tampoco es para tanto, si acaso he sido un berciano europeo, porque como diplomático recorrí casi toda la Europa de entonces. N o destaqué mucho en diplomacia ni en política. Lo mío era escribir, fui poeta, periodista, novelista, pero por encima de todo fui un romántico. Esto de ser romántico siempre ha tenido buena prensa, ha caído bien a la gente, es de suponer que por ese halo entre heroico y sufridor que conlleva. De hecho el Bierzo celebra en este 2015, el Año Romántico, en honor al 200 aniversario de mi nacimiento, un detalle que agradezco con toda mi alma.

Aunque se hayan exagerado demasiado las virtudes del romanticismo, en un aspecto hay coincidencia, el romántico no tiene idea del valor del dinero, ni le importa ni lo valora, de ahí que al final, le llegue la muerte en la más absoluta pobreza, Así me sucedió. Como buen romántico no me supe administrar y eso que era hijo de un notable administrador. A mí lo que siempre me importó fue la poesía, los amigos, las historias sentimentales, y por supuesto, el paisaje, las costumbres y la historia de nuestro querido Bierzo.

Como muchos bercianos en busca de gloria y fama marché a Madrid. También lo hizo este tal Luis del Olmo que hoy me ha prestado su voz, aunque después él cambió Madrid por Barcelona. Pues bien, yo en Madrid conocí a otros escritores, colaboré en periódicos, participé en las tertulias de los cafés, porque aún no existían las tertulias de la radio, y sobre todo me hice muy amigo del gran Espronceda, que me apoyó en todo, e incluso me consiguió un trabajo fijo en la Biblioteca Nacional. Allí pude documentarme sobre una época muy especial de nuestra historia, cuando el Bierzo se había convertido en el señorío de los caballeros templarios, gracias a su red de castillos. El principal fue el de Ponferrada, pero también tenían fortalezas en Cornatel, en Corullón, en Sarracin, en Bembibre, en Villafranca. Cuando escribí El señor de Bembibre, intenté reflejar aquel Bierzo del siglo XIV, cuando los templarios luchaban por su supervivencia. Pero también pensaba en el Bierzo de mi época, que acababa de perder su condición de provincia, por haber defendido la Constitución contra el absolutista Fernando Séptimo, el peor rey que tuvo España. En mi novela sucede lo mismo. El Señor de Bembibre y sus templarios defendían la autonomía del Bierzo, que intentaban repartirse gallegos y castellanos.

Estaba claro, quien quisiera apoderarse del Bierzo, tendría que vencer a los templarios, y quien venciera a los templarios, tendría la tierra berciana. Los templarios fueron monjes solidarios, y guerreros generosos. Se llamaron así, porque nacieron para defender el templo de Jerusalén, pero terminadas las Cruzadas, cuando llegaron al Bierzo, encontraron en nuestra tierra otro templo que poner a salvo, y así lo hicieron. A los templarios debemos la devoción a la virgen de la Encina. Según cuentan las viejas crónicas, la imagen de la virgen que procedía de Jerusalén, fue escondida en el siglo noveno por San Genadio para ocultarla de los ataques musulmanes, y no hubo forma de encontrarla.

Hasta que en el año 1.300 los templarios que estaban construyendo el castillo de Ponferrada, fueron a talar árboles y al cortar una encina, un ocho de septiembre, esta se partió y en la mitad que quedó de pie apareció un nicho donde se escondía la imagen de nuestra patrona. Sin embargo, los templarios tenían un punto débil. Aunque ganaron las batallas, al final perdieron la guerra, porque sus victorias en el campo del honor, se convirtieron en derrotas en el terreno de la política. Sabían defender castillos, pero desconocían la intriga de los palacios. Lucharon por una hermosa utopía, y la cruel realidad los descabalgó. De los templarios se ha escrito tanto como de los románticos, pero ambos tienen algo en común. Podríamos decir que el templario fue primer romántico, y el romántico fue el último templario. Vosotros, en vuestro fuero interno, lo sabéis, porque lo habéis sentido y lo habéis respirado. Todos los que hemos nacido en esta bendita tierra, tenemos algo en común con aquellos caballeros. Por eso yo os animo a mantener siempre ese espíritu y esa forma de ser, que se sintetiza en una palabra: El Temple. ¿Qué es el temple? ¿Es la templanza? Es mucho más. ¿Es la resistencia? Más aún. ¿Es el valor? Sí, pero con algo añadido. El temple la virtud de celebrar la victoria con serenidad y aceptar la derrota con calma. El Temple es saber ganar con generosidad y saber perder sin rencor.

El temple es una forma de vivir, muy especial, sabiendo que el tiempo pone a todos en su sitio, y que esta tierra nuestra, tan castigada, tan deseada, tan disputada, tan querida y tan olvidada, sabe mantenerse siempre a flote, gracias al esfuerzo conjunto de todos sus hijos. Como nuestros antepasados, aquellos románticos caballeros, podemos perder en los palacios, pero somos los mejores defendiendo nuestros castillos.

Al final, lo que son las cosas. Nací en Villafranca, viví en Ponferrada, escribí el señor de Bembibre, pero a a la hora de acabar mi vida, ni Villafranca, ni Ponferrada ni Bembibre, la muerte me llegó en Berlín. Ya se sabe, los bercianos nacemos en el Bierzo, pero morimos donde nos da la gana, porque estemos donde estemos, llevamos siempre un trozo de Bierzo en el corazón.

Si el corazón tiene palabras que la razón no puede contener, la razón tiene argumentos que respaldan las palabras del corazón. Como hijo del Bierzo, reivindico el orgullo de ser berciano. Somos los legítimos herederos de una tierra recia y noble, tierra querida que excita en la distancia el deseo de volver, del que sólo nos reponemos cuando al ascender al Manzana/, se nos revela el esplendor de su magia.

He vuelto a celebrar con vosotros esta fiesta, porque sois gente que ama nuestra forma de ser y de vivir, amigos orgullosos de nuestras raíces, y unidos a nuestro país y nuestro paisaje, en toda su dimensión, a lo largo y a lo ancho, a lo hondo y a lo alto, desde la oscura mina al resplandeciente Pico de la Aquiana. Bueno, queridos paisanos, hasta aquí hemos llegado.

Es hora de estar alegres, porque estamos en fiestas, y nuestra patrona la Virgen de la Encina, nos anima a mantener bien alta la felicidad. Lo vamos hacer con mucho entusiasmo, y sobre todo, eso sí, con Temple. Porque puestos a tener, aquí en el Bierzo tiene temple hasta el botillo.

Hasta siempre, amigos. Os ha hablado Enrique Gil Carrasco, con la voz de Luis del Olmo.

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