Diario de León
León

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Unamuno afirmó: «¡Me duele España!». Y el doctor Marañón no tuvo que pedirle que le especificara dónde le dolía, pues el escritor vasco aclaró: «Soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo». Pero aquel dolor suyo —pese a la intensidad— no necesitaba cirugía. En cambio, al señor Mas le duele España y es partidario de la amputación. «No hay mal que cien años dure ni enfermo que lo resista. Así no podemos seguir, por el bien de todos», se ha diagnosticado a sí mismo en una carta pública a los españoles, en contestación a la de Felipe González a los catalanes. Como el enfermo imaginario de Moliere, ve males donde no los hay. El nacionalista es un hipocondríaco político y al catarro lo llama pulmonía. No se debía haber llegado nunca a esta situación, favorecida por décadas de cantinela victimista y propiciada con miles de millones para propaganda de dolencias inventadas. El nacionalismo es un espejismo de solemnidad, que resulta agotador e histriónico a los demás.

Soy y me siento español, como se dice en León: «Contento de ser de aquí». Pero esta pertenencia no deja de ser circunstancial, pues son mi biblioteca, películas y discos las que me conceden la doble nacionalidad que me enriquece como ser humano. Los de mi generación somos todos un poco de Manhattan, gracias a Allen. Y de la Tierra Media, que no existe pero está ahí.

Pero España existe no sólo porque nos duela, sino porque los españoles compartimos un corazón colectivo. Y éste nos late con los éxitos deportivos pero también ante el sufrimiento ajeno. Las cantidades recogidas por el Banco de Alimentos siempre superan las expectativas de los organizadores. En estos días, las instituciones leonesas han reaccionado con rapidez a la petición internacional de ayuda a los refugiados. Eso es hacer patria viva. Patriotismo frente a patrioterismo, que distinguían Unamuno y Ortega. Y de un país así me siento muy orgulloso de formar parte, pues somos cuando nos damos. Sumemos. Dice Ernesto Cardenal en uno de sus escritos: «Al perderte yo a ti, tú yo hemos perdido». Todo lo demás es, ay, inventarse dolencias propias de enfermos imaginarios.

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