Diario de León

TRIBUNA

Los desvalores en democracia

Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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E s posible que el título nos lleve a un error, pues el término democracia en sí mismo es un valor no solo político sino sociológico. Pero nos estamos refiriendo a aquellas situaciones que tergiversan a la democracia como consecuencia de cambiar el valor por lo contrario. Para la RAE la expresión «valor» tiene varios significados, pero el más adecuado para lo que queremos decir es aquél que lo define como «la cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables», y se añade que tienen jerarquía y entre ella la de superiores o inferiores. Es así donde la democracia alcanza su cenit en el artículo 1.1 CE que con ella se propugnan los «valores superiores». De tal manera que cuando aparece lo que denominamos desvalores, la democracia queda arrumbada entre las inferioridades antidemocráticas y por tanto ajenas a una sociedad ordenada.

No es extraño que hoy día, con el advenimiento de grupos o partidos que se dicen democráticos estén signados en su ideología por desvalores que empañan la calidad democrática. Nada más tenemos que oír expresiones que se apartan del ordenamiento constitucional; que llaman «papelito» a la Constitución de 1978 redactada en aquellos difíciles tiempos por sesudos próceres representantes del más amplio panorama político y refrendada por el pueblo; o el desprecio con el que se tildan a las instituciones del Estado, llamado «pachanga» al himno nacional. O el desprecio con el que se insulta de «facha» a cualquiera que diga que es católico y español. Actitudes todas ellas — serían numerosas— que son por definición antidemocráticas, porque pertenecen a los desvalores que expulsan a la norma Suprema por la que nos regimos los españoles.

La Constitución ordena —como ejemplo— a los valores superiores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. No hace falta decir que, tal como acertadamente ha dicho el Tribunal Constitucional, para que sean una realidad efectiva y no la enunciación teórica es preciso que a la hora de regular conductas, y enjuiciarlas, se respeten aquellos valores superiores. Aplicándolo a nuestros supuestos quiere decir que los desvalores han de ser suprimidos a través de las normas implantadas desde el valor supremo de la democracia y el valor superior de la justicia. Cuando aparecen estos desvalores se cercera la convivencia. Es una desvalor la injusticia que se produce cuando no se siente un ciudadano amparado por ella, o cuando se ve claramente que no se juzga por el mismo rasero a determinadas familias, o cuando se prolongan en años la resolución de casos —sobre todo de corrupción política— bajo la disculpa de falta de jueces y del sistema; o no hay justicia cuando desaparece la justicia social que por mucho que las ideas marxistas la lleven en sus programas a la larga está demostrado que han fracaso en su concepción, fijándose únicamente en el bienestar material olvidando el valor de justicia humanística. Es un desvalor la desigualdad que no es posible permitirlo —a estas alturas de la civilización— en la sociedad y así se proclama en la CE: «Los españoles son iguales ante la ley», y el mismo Constitucional lo ha matizado que es un valor preeminente y debe colocarse en una rango central. La discriminación es por tanto un desvalor que repugna a dicho principio. Y lo mismo podemos de decir del valor del pluralismo político que se contrapone el desvalor del partico único. La asunción de una ideología única —que se propugna por los partidos totalitarios a través de la conjunción de todos los desvalores— nos llevaría a una falta de oposición, con aumento del grado de poder, por la coacción ideológica, por la agitación y propaganda, por la coacción material (desvalor anti libertad) y por la manipulación estructural.

Pero además de los valores superiores, existen otros valores que rodean a la sociedad en convivencia. Tal es por ejemplo el valor de la tradición, que son ritos, costumbres —no olvidemos que la costumbre es una fuente del ordenamiento jurídico español— que rigen de una generación a otra y producen en el alma del ciudadano una impronta de sensibilidad sentimental y como decía Unamuno: «Bueno es estudiar con amor las tradiciones todas; pero para aprovecharlas en la fragua de la tradición de la que se hace, se deshace y se rehace a diario, de la que está en perpetuo proceso, de la que vive con nosotros si nosotros vivimos. Hacer tradición es hacer patria» (Ensayos , 828). Cuando se olvidan las tradiciones consustanciales con el alma del pueblo se están creando unos desvalores que corrompen la convivencia y, por ello, la misma democracia.

Otra tradición en España es la religión, que no en vano es protegida —la católica— por ley de leyes a través de «la cooperación con la iglesia católica y demás confesiones». Pero es que en el mismo precepto se ordena esta cooperación a los «poderes públicos». Norma que deberá estar presente en las actuaciones de los alcaldes y concejales a la hora de proteger y asistir a los oficios religiosos. Despreciar esta circunstancia amparada constitucionalmente es un desvalor.

Ciertos dirigentes amparados en el derecho de libertad que le concede nuestro Estado proclaman estos desvalores y principian por no creer en las instituciones que les amparan, bajo la proclama de que no creen en la monarquía, no aceptan la bandera, no cumplen las leyes más elementales, se ciscan en el parlamento, aplauden a quienes golpean a la policía, prohíben los actos religiosos y después de todo ello dicen: «Ahora vamos a dialogar». Naturalmente para que se acepten sus propuestas trufadas de desvalores que, en definitiva, arrasan a la democracia que dicen defender.

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