FLORES DEL MAL
Nos van a volver locos
T e dirán que esa debilidad tuya por el cocido maragato o el confit de pato es el síndrome del comedor compulsivo; te dirán que padeces un trastorno cognitivo menor por no recordar nombres o caras; tendrán incluso el cuajo de decirte que la tristeza por la muerte de tu madre es un trastorno ansioso-depresivo y que la pena que sientes porque te ha dado puerta tu pareja es un trastorno depresivo mayor. Te dirán que las rabietas de tus hijos pequeños tienen toda la pinta de ser un trastorno desintegrativo infantil. Ni caso, estás sano como un manzano; vale, tal vez no tanto, pero eres normal, ellos van a lo suyo: esos diagnósticos son su negocio. Los laboratorios están decididos a formar un solo monocultivo humano, un tipo estándar. Cualquier diferencia humana se convierte en un desequilibrio químico que hay que tratar con una pastilla. Transformar las diferencias en enfermedades es una de las mayores genialidades comerciales de nuestro tiempo, a la altura de Facebook o Apple.
En el nicho ecológico de la tontería universal se ha decretado la prohibición de la tristeza y cualquier contrariedad emocional, cualquier pena común, se diagnostica como depresión y se ataca con prozac, que se ha convertido en el nuevo soma de Un mundo feliz. El recurso a las pastillas como el elixir mágico que ayudará a construir una burbuja de felicidad, aunque sea inducida por la química, es un mito posmoderno tan falso como un duro de madera. La mayoría de los problemas no son enfermedades y solo en raras ocasiones tomarse una pastilla es la solución. Se ha olvidado que para ser crónicamente feliz hay que ser absolutamente estúpido. Conocer a tipos que se dicen felices es fácil, pero decepcionante o disuasorio. Das una patada a una piedra y te sale una piara de lerdos que sonríen como bobos y enseguida te das cuenta de que la sandez y la alegría perpetua y sin causa son nombres de la misma cosa.
La felicidad ha perdido su noble estatuto para degenerar en industria: la venden en cápsulas, en chupitos de oxígeno y en enemas de ozono. Los primeros espadas de la Psicología Positiva, que se han pasado las últimas décadas investigando los manaderos de la felicidad, han descubierto que cortar de cuajo la infelicidad, como suprimir todo el estrés, suele producir estragos. Alertan ahora contra la alegría a toda costa, contra la pérdida de la tristeza y la tendencia a la medicalización de los problemas. La tristeza no es un trastorno mental, hay más salud en el desasosiego de Pessoa que en la discografía completa de Viva la Gente . Cada vez que me acuerdo de aquel empalago de almíbar y sonrisas de anuncio de pasta de dientes se me quitan las ganas de ser feliz. La vida es una pedagogía del desencanto y mal asunto si no se ha aprendido eso. No me dan ninguna pena los tipos felices, ellos se lo han buscado.