Los diferentes son distintos

Q uien quiere irse se va y quien quiere quedarse se queda más solo, candato eso de no te vayas todavía. La realidad es siempre respetable, nos guste o no nos guste, porque simplemente sucede. ¿Cómo ignorar que centenares de miles de personas llenaron los cinco kilómetros y pico de la avenida Meridiana de Barcelona, en una manifestación de la Diada que hábilmente hicieron coincidir con el arranque electoral de la campaña del día 27? Como siempre, se discute el número de los que participaron, porque nadie se fía ni de las fotos. La Guardia Urbana calcula que los educados paseantes fueron un millón cuatrocientos mil, pero los exitosos organizadores elevan esa cifra a los dos millones, mientras la Delegación del Gobierno la rebaja hasta los 520.000. ¿Qué más da? Con la verdad aritmética no se va a ninguna parte y lo cierto es que hay muchos españoles que quieren dejar de serlo, aunque a otros se nos parta el corazón, ya bastante trozeado. Las cosas son como son y no como desearíamos que fueran. Hemos permitido históricamente que los que eran distintos -en leyes, en idioma y en algunas costumbres- se hicieran diferentes. El extraño caudillo de una inexistente patria ha lanzado un mensaje al Gobierno español con exquisita mesura. Ruega que tomemos nota y pide que abandonemos lo que a su juicio es «miopía política y orgullo imperial». Total que el que quiere irse que se vaya, porque siempre encuentra la manera para no quedarse.

La diferencia, en vez de ser un lujo, es una culpa. La Diada se convierte en un acto de agitación electoral y mi viejo corazón se vuelve un pequeño manantial. «Lágrimas mías, salid sin duelo». Sólo en los tangos está mal visto el llanto, pero la diferencia no se puede ver en ninguna parte y menos en la que nos toca. Cataluña aspira a ser una república independiente y en mí Málaga querida y nativa a lo que aspiran los partidos es a tener contratos de peón y ganar 600 euros al mes.