Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Todos hemos visto en la cocina de la abuela un calendario-almanaque de hoja chiquita que pone el día en letra de cañón y, debajo, un pensamiento culto, los ortos, ocasos y lunas, el santoral del día (y qué santos) y por detrás, lo que caiga, variopinto, miscelánea de saberes, curiosidades, chistes blancos y mucha homilía, que para eso el almanaque más popular en España es el taco del Mensajero del Corazón de Jesús, lo que le convierte en objeto de reverencia doméstica como si fuera una Virgen de Fátima en la repisa... y es una auténtica biblia de pared para tantísima gente crédula o beata que jamás leería la Biblia.

Me chiflan de guaje los almanaques, cualesquiera; son amenos, útil su información, meten alguna risa, instruyen con píldoras, traen datos, efemérides, descubrimientos... y cosas que orientan o que no está mal recordar, porque un almanaque, en fin, es un recordatorio de las cosas de interés general para saber de qué va el día, dónde hay feria o junta bancaria, si es tiempo de sembrar ajos, quién celebra el santo o qué batalla perdida se conmemora.

Nadie en Europa lo llama así ni parecido, que está claro su origen: almanaque es una de las 4.000 irreemplazables y fecundas palabras moras que tiene empadronadas el diccionario español. Comenzó la cosa siendo un calendario astrológico... y acabó en guía-agenda de letra prieta como si fuera un libro... aunque con santos.

La palabra me evoca automáticamente otra bien guapa, álbum... de cromos, fotos, recortes, sellos, chorraes (pasión de cualquier chaval). Llamaban los romanos album a una pared pintada de blanco albo que destinaban a noticias, avisos o gestas, amén de la anónima pintada popular pidiendo la cabeza de alguien o más circo... y aquel album acababa siendo una colección de rótulos oficiales y exabruptos, como internet, que es otra pared blanca donde cualquiera cuelga ropa.

Pero almanaque es más que álbum y aire almanaque me pide esta cita con el lector, de ahí que me disperse en temas o ecos rehuyendo lo manido y esperando de él parecida curiosidad con la que vuelca la hoja del taco diciéndose «a ver qué coños trae hoy».

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