Diario de León

FRONTERIZOS

La columna del columnista

Publicado por
miguel á. varela
León

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T arde o temprano acaba el columnista escribiendo la columna sobre el columnismo, esa privilegiada práctica que ofrece la posibilidad de condesar en unas pocas líneas una mirada particular al mundo y lanzar esa botella al océano en busca de posibles cómplices. En este sentido, el columnismo viene a ser algo parecido a la definición que ese magnífico actor diabólicamente tentado por la política que es Juanjo Puigcorbé ha dado de la interpretación: «es sentirse íntimo en público»

El periodismo —el de opinión incluído— no deja de ser un género literario en el que son condiciones tan indispensables como intentar acercarse a la verdad las de no aburrir al lector o no ofender al idioma en el que te expreses. Además de soportar presiones económicas, políticas o sociales, que nunca han de faltar.

El Conde Sieyès, que tuvo una partipacion destacada en los años de la Revolución Francesa, aguantó sin abrir la boca los años del terror y la guillotina como miembro de la Convención. Cuando le preguntaron después qué había hecho en ese tiempo, ofreció una contundente respuesta que ha pasado a la historia: «he sobrevivido». Las condiciones del Conde Sieyès, idóneas para sobrevivir en la política, son incompatibles (al menos teóricamente, la práctica es otra cosa) con el ejercicio periodístico.

Guarda uno en la memoria un puñado de columnas para enmarcar, con la esperanza vana de poder al menos igualarlas algún día. La ya lejana de Manuel Vicent ‘No pongas tus sucias manos sobre Mozart’ quizá fue la primera. Y las que Jorge M. Reverte publicaba en los ochenta bajo el epígrafe ‘Me pagan por esto’, cuyo espíritu ha recuperado este verano en cierta medida Manuel Jabois.

También aquella sobre minas de carbón a cielo abierto que Vázquez Montalbán escribió de una sentada en el despacho del alcalde de Igüeña, bajo un retrato de Marx y después de una sobremesa de orujo blanco helado. O la de despedida de Eduardo Mendoza tras ocupar precisamente el hueco de Montalbán en El País, que recomendaba al columnista, en caso de que tal categoría exista, «dejar constancia del lento desplazamiento de las actitudes y las percepciones, un fenómeno que, a diferencia del geológico, se produce en las capas más superficiales».

Escarbar con cierta gracia en las capas más superficiales para hacer aflorar lo que la apariencia esconde ha intentado uno, con mejor o peor fortuna, en estos fronterizos centímetros cuadrados, intentando ser fiel a uno mismo sin herir más de lo estrictamente necesario y observando con tristeza la dulce decadencia de un territorio venido a menos en el que las inciertas líneas de su futuro pasan por una mirada inteligente hacia su pasado.

La tarea ha sido un placer.

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