Diario de León
León

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P ara espantar a los escépticos que creían que el AVE no iba a servir para nada, apenas dos días después de la llegada de la alta velocidad, Antonio Silván decidió no esperar más para asestar un golpe de efecto en el que asentar sus augurios: invitar al alcalde de Valladolid, Óscar Puente. Un modo de probar que esa es la vía por la que llega el progreso. No hay nada como un buen ejemplo. Un gesto con el que marcar el camino al poner en el sitio adecuado el espejo; justo ese espejo que han cruzado en las últimas tres décadas los jóvenes leoneses para buscarse la vida, como si fueran Alicia después del país de las maravillas. Cómo no va a venir Puente a León si, con casi 14.000 nacidos en la provincia que ahora viven allí, es el quinto alcalde con más leoneses en su consistorio. La visita del alcalde de Valladolid a León, adornada como si fuera el viaje de Nixon a China en 1972, se cuela ya en la antología de la política de esos gestos tan zapateriles que acaban antes en un chiste de El Intermedio que en un acuerdo del boletín oficial con el que demostrar resultados. Un escaparate lleno de fotos en el que los dos alcaldes se exhibieron para demostrar que podemos «mirarnos de otra manera», como expuso el regidor vallisoletano, quien dejó claro que el buen rollo no evita que piense que el único aeropuerto que debe quedar es el de Villanubla, ni que vaya a renunciar a promover un parque agroalimentario como el que se le niega a León con el argumento de que el proyecto de Torneros es caro, inviable e innecesario. «Estar más cerca para llegar más lejos», pactaron los dos protagonistas: hay que tener cuidado con las metáforas porque las carga el diccionario. La presencia de Puente, sucesor de León de la Riva, que fue el último de los grandes leonesistas castellanos que han sustentando la endeblez de la defensa de los partidos de aquí, se exhibe como el final de una pugna que nunca existió. Nunca hubo guerra de León con Valladolid, sino con la Junta, que es quien ha promovido las desigualdades en todos estos años hasta invertir el eje de desarrollo. Valladolid sólo estaba allí —que tampoco es culpa suya— donde los diferentes gobiernos autonómicos han invertido lo que aquí se niega, a veces incluso con el dinero de los fondos de cohesión que la UE destinaba para las zonas más necesitadas o con lo que se ahorraban con los Miner que debían ser adicionales. Aunque con los vallisoletanos no ha habido nunca problemas. Tampoco vamos a decir ahora que somos hermanos, después de tantos años de sentirnos primos.

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