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Publicado por
manuel alcántara
León

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L lamamos moda a las cosas que pueden pasar de moda como el botellón y las pugnas políticas, pero hay costumbres que regresan. La más llamativa es la de apalear medigos. Junto a personas que trabajan desinteresadamente en una ONG hay otras que se agrupan para recordarle a los pobres que no tienen derecho a serlo y distinguen perfectamente el olor a menesteroso mojado del aroma que destila el seco. Estos valerosos muchachos no ignoran que, junto a la ignorancia que padecen y la crueldad que profesan, la miseria es el más incansable de los jinetes que siempre han recorrido el hipódromo nacional. ¿Qué método mejor para acabar con la pobreza que extinguir a los pobres? El safari tiene muchos adeptos ultimamente y los que somos grandes lectores de periódicos, mucho mejor que asiduos escritores en ellos, estamos habituados a leer la terrible noticia de que un grupo de gamberros, con tendencia al asesinato, le han prendido fuego a un desharrapado, no sin rociarle previamente de gasolina.

No resulta fácil comprender que haya esa manera de divertirse, pero no siempre está uno en disposición de leer a Arthur Schopenhauer, aunque sea para no leer las declaraciones de Artur Mas. A mi edad se tienen las páginas contadas y hay que elegir. A la vista cansada se añade el cansacio que producen nuestros insuficientes líderes políticos, que una y otra vez vuelven a las andadas sin haber recorrido el camino. Las leyes actuales amparan, llenas de comprensión, a los que transitan el tramo final de la adolescencia, aunque tengan prisa por demostrar que tienen muy mala leche y a la caída de la tarde salgan a la calle dispuestos a la caza del pobre. Acaso no haya mejor solución para eliminar la pobreza que eliminar previamente a quienes la padecen, pero en todo caso no puede convertirse ni en una diversión, ni en un deporte. Quizá fuese mejor crear una nueva federación y darles carné. O ampliar los manicomios. Cualquiera sabe.

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