NUBESY CLAROS
El cinismo
Nadie se atreve a denunciar. En la lucha contra las ‘bromas’ pesadas, las vejaciones y las lesiones (hay evidencias no confesadas que llegan hasta la fatalidad) pesa tanto el miedo a no ser admitido o a tener represalias como la normalización de la afrenta.
Al final la cosa no parece responsabilidad de nadie. Los novatos hacen de tripas corazón para pasar el trago. Llegan a un universo nuevo y prometedor, pero desembarcan en ocasiones en tierra hostil y absurda. Hay que pasar la prueba de la imbecilidad para que te dejen en paz.
Ni las autoridades civiles ni las académicas toman cartas en el asunto más allá de las inútiles declaraciones públicas. Aquí nadie pinta nada. A la hora de organizar el protocolo de la más rimbombante ceremonia todos reclaman su puesto al frente; cuando se exigen responsabilidades esos mismos dan un paso atrás. Valiente ejército de escudriñadores de la ley del ‘yo no fui’.
Los novatos universitarios son mayores de edad (por los pelos) y si se comportan como energúmenos es su problema, tanto para los agentes como para los médicos de urgencias. Acostumbrados ambos colectivos de sobra a un exceso que de por sí debería hacer recapacitar.
Que el desbarre sea en algarabías callejeras toleradas bajo el paraguas de que nadie las ha autorizado ya empieza a mosquear. Los despiporres del botellón son de todo menos discretos. Hay que esforzarse mucho en mirar para otro lado para no darse por aludido.
En los sucesos de hace una semana en el Campus llama sobre todo la atención el cinismo de quienes aseguran que no fueron novatadas. Es verdad que hubo más ingresados por intoxicación etílica que los cinco adolescentes que llegaron con secuelas de cinta americana en sus muñecas, embadurnados de harina y huevos y con otros síntomas que no corresponde aquí detallar, sino a quien competa investigar. ¿Por qué no se hace?
Al margen del caso en sí, alarman tres reflexiones: una es que víctimas, verdugos, sociedad y autoridades coincidan en que es algo que ocurre habitualmente, y es difícil evitar que vuelva a repetirse; otra que las víctimas de hoy serán los verdugos de mañana, y parece imposible romper la cadena. La más preocupante, que quienes ejecutan esta bestialidad son los honorables profesionales del mañana. Los ingenieros, abogados, maestros, veterinarios, etc. a los que confiaremos nuestra vida, salud y sentido de la justicia en el futuro, como ha ocurrido en el pasado.
Inquietante, ¿no?