Diario de León
León

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A h, la velocidad. En tren llegué a León, este septiembre hizo treinta años. En el trayecto me dio tiempo a cantar El anillo del Nibelungo, de Wagner, que consta de cuatro óperas; hoy, en el AVE sólo me daría para la overtura, y si la orquesta es muy puntual. En el siglo XIX, Mesonero Romanos, ya periodista sesentón, se maravillaba de que el trayecto en ferrocarril Madrid-Salamanca le llevase únicamente diez horas, pues siendo niño en hacer ese mismo recorrido su familia tardó «cinco días mortales», en carro de mulas y en plena Guerra de Independencia. Pobres posaderas y pobres animales. Ahora, no le daría tiempo ni a darle vueltas al título de uno de sus artículos costumbristas. Truman Capote en Los perros ladran narra su accidentado viaje en tren por Andalucía, en 1950, con un amago de asalto bandolero. Cierto es que estuvo en España, pero debió de aburrirse de mirar por la ventanilla, por lo que después le echó fantasía al relato. Ah, el arte de viajar. Por cierto, maragatos fueron los últimos empresarios en invertir en el negocio de las diligencias, en 1854, transporte en el que partías con las nalgas intactas y al llegar estaban como si te las hubiesen pateado los Coros de Nabuco o, incluso, los Cien Mil Hijos de San Luis. Carlos Roa, gran ingeniero, fue director general de Renfe, cuando serlo tenía la categoría de ministro. Un genio en la materia.

Con la alta velocidad, los leoneses ganaremos 44 minutos en un viaje a Madrid. ¿Mucho? ¿Poco? Depende del motivo del viaje. Si te espera en el andén Jennifer López, entonces, el tiempo es oro; si te espera el callista, ay, las prisas son muy malas. Todo es relativo. A John Wayne le preguntas y te dirá que cómo la diligencia nada, pese a los baches y a los apaches. En cambio, Hank Solo es más de nave espacial, pese a los agujeros negros y a Darth Vader.

Aún así, nada más rápido que el ego de un bocazas. Willy Toledo ha soltado en las redes sociales: «Me cago en el 12 de octubre, en la Fiesta Nacional y en la monarquía». Su majadera altivez supera la velocidad del sonido. Nadie le ha dicho aún que no hay que llegar primero, sino saber llegar. Pese a todo, las neuronas le viajan en tercera. Y sin frenos.

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