FRANCAMENTE
Predicar y no dar trigo
Juro, si no le parece mal a su ilustrísima, que hoy tenía previsto contar eso de las jornadas gastronómicas del Bierzo. De lo de llegar a los visitantes a través del estómago, que en el fondo no es más que aplicar el manual que ya le inculcaron a nuestras abuelas en el noble arte de conseguir consorte. De lo imposible que se pone a partir de ahora eso de no atentar contra el séptimo pecado capital, el de la gula, con una agenda repleta de jornadas culinarias, magostos, ferias y hasta botilladas varias. Del frenesí que parece haberse desatado esta semana pujando por alimentar nuestro espíritu a golpe de libro.
Pero lo del ‘trigo limpio’ me ha llegado al alma. Me ha dolido como propio. Más por la ausencia total de autocrítica ante nuestra responsabilidad en el triste final que le aguarda a nuestra civilización, que por el hecho en sí de tal afirmación o la persona que la realiza —a la que, por cargo e institución que representa, se le supone que debería de estar del otro lado de la valla. En el que se aguarda esa misericordia, perdón y segunda oportunidad que se pregona — ¡Cuánto tajo le queda todavía por delante al gran Bergoglio!
¡Cómo si necesitáramos que los Caballos de Troya nos vinieran de fuera! ¡Como si los pederastas hubieran llegado del otro lado del Mediterráneo! ¡Como si los desfalcos a las arcas públicas las hubieran realizado, con independencia del color político del gobierno de turno, los que hace tiempo llegaron en patera en vez de los que habitualmente viajan en Jaguar! ¡Como si las actitudes machistas distinguiesen de credos, derechas o Rebecas!
Pensar que nos podemos encerrar en la torre de marfil, aunque está sea la del palacio arzobispal, y que la miseria del mundo no nos alcanzará, es tan absurdo como afirmar que no hay pobres porque todavía no habitan debajo de los puentes. Pero lo que no cambia con el paso del tiempo es que predicar sigue siendo gratis, mientras que dar trigo resulta mucho más costoso. Por eso, yo me apunto a recibir ese trigo despojado de su tierra, aunque sea a riesgo de perder algo de nuestra alma. Confío en que, en esta sociedad que agoniza, todavía seamos capaces de cribar el trigo, separar la paja y apartar los garbanzos negros. Como por otra parte ya lo procuramos, y no con mucho éxito, con los que consideramos ‘nuestros’.