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Publicado por
Jesús María Cantalapiedra ESCRITOR
León

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N aturalmente me refiero a la ciudad de París. La vieja Lutecia, por culpa de cuatro desventurados, no tiene muy buena prensa. Con frecuencia se oye decir por estos lares: «París… está bien…, si no fuera por los parisinos». Quienes así se manifiestan, sin duda, es que no les conoce. En alguna ocasión llegaron a la orilla del Sena con la Peña El Porrón Cultural, vieron la Torre «Infiel»; media hora del Museo del Louvre; paseo romántico en los Bateaux Mouches; visitaron la Place du Tertre, en Montmartre («¡Que maravilla!, está llena de pintores buenísimos»); comieron el menú del día en algún bistro servido por camareros de Porriño, por ejemplo; vieron de pasada la catedral de Notre Dame junto con centenares de japoneses y… poquito más. Pero, ¿con cuántos parisinos entablaron conversación? Quienes comentan ese lamentable «Si no fuera por los parisinos…», suelen pertenecer al mismo extenso grupo de los que pasan por la Ciudad Luz sin enterarse de la fiesta social, arquitectónica, monumental, cultural, viaria y gastronómica de la madre de Europa. Como muestra, una anécdota muy singular.

Un matrimonio amigo, ella extremadamente amante de la pintura (o eso comentaba), me pidió información sobre lo que se podía hacer en Paris durante tres días. Le contesté a la mujer: «Mientras tu marido acude a sus reuniones de trabajo, tú tienes obligación de ver ciertas salas del Museo del Louvre y algún centro-museo de exposiciones plásticas. No dispones de demasiado tiempo», le dije. Una o dos semanas más tarde, ya por estos predios, pregunté a la mujer: «Te entusiasmaría el Museo del Louvre, ¿no?» Su respuesta fue contundente aunque sospechosa. «Me pasé allí todo un día. ¡Que preciosidad! Solamente le encontré una pega. Los cuadros estaban muy mal enmarcadines…». Temiéndome lo peor, con malévola sonrisa (sabía su manida contestación) insistí con otra interrogación: «Y los franceses, ¿qué tal? ¿Cuál fue tu impresión?». «Fatal —contestó la señora— cada uno va a lo suyo». Tomamos un café au lait y me fui desconsolado. La señora sólo había hablado cuatro palabras con una de las serviles recepcionistas del hotel (muchas estrellas) que hablaba un español perfecto. Era de Cuenca. Se llamaba Luz, como la Patrona de su ciudad.

París es una, única y distinta al resto de ciudades. París es asequiblemente grande. París y por extensión Francia, es libre exceptuando la ocupación alemana en los años 40. Esta serie de circunstancias han convertido a los parisinos en gentes afables, educadas culturalmente y diligentes con sus visitantes. Ocupan el primer puesto de turistas urbanos en Europa. Y ellos lo saben y cooperan y se preocupan de que la situación permanezca por mucho tiempo. «…Si no fuera por los parisinos…» La desafortunada opinión es expresada, precisamente aquí, ciudad que aún no ha ganado ni una medalla por su sociabilidad y simpatía. Solamente hay que acercarse a muchas regiones españolas o allende los Pirineos para cerciorarse in situ de lo que pretendo transmitir.

Se comenta con poca experiencia y voces reivindicativas: «Nuestros hijos deben salir fuera para ganarse la vida». Yo afirmo que, al menos una temporada, debería ser obligatorio que los jóvenes con inquietudes, (con mochila de plástico o bolsa de Loewe), salieran de España olvidando el sensual Caribe y conocieran la idiosincrasia y forma de vida y trabajo de parisinos, berlineses, daneses, austriacos, ingleses y otros muchos europeos. La mayoría de los que han tomado la decisión, no vuelven por voluntad propia. Véase en televisión la serie Españoles por el mundo .

¿Es caro, sin sumar sus posibilidades positivas? Puede que sí. Los trenes europeos lo son. Pero, ¿hay algún joven que conozca los precios de una empresa de buses española, Alsa, que viaja regularmente a dieciséis países de la vieja Europa (incluida Inglaterra), Norte de África y conexiones con Asia?

Con el costo de los gin tonic o cubatas anuales y otros muchos dispendios, se pueden hacer miles de kilómetros cómoda y confortablemente, para intentar ganarse la vida o simplemente observar con atención que existen otras normas de conducta; otros conceptos de trabajo y, después, caso de volver, utilizarlos «en diferido». Experiencia y posibilidades al fin.

Ya es hora de que muchos abandonen la camilla familiar, si es que aún existiera tal institución. ¡Ah!,y mimos mamá o yaya. No habría que soportar el inconsciente dicho: «parisinos, berlineses, daneses, austriacos, ingleses…son muy suyos». No. Trabajan, se divierten de acuerdo con sus posibilidades. En definitiva, no bostezan ni son mansos.