Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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León es una ciudad con alma, cuya mitología se asienta sobre un sinfín de edificios y detalles arquitectónicos que condicionan su ser y existir. Ciudad muy presumida, el lustre encopetado y la elegancia que desprenden un puñado de ornamentos contribuyen a forjar una identidad a la que los siglos han dado forma. El Ayuntamiento aprobó en el año 2000 un registro en el que se dejaba constancia de diez elementos públicos que por su singularidad merecían una protección especial, ya que forman parte primordial de la biografía familiar. La melodía urbana leonesa no podría entenderse sin la presencia de las esculturas de la Inmaculada, la sensacional fuente de Neptuno que ha ido dando tumbos por distintas plazas hasta recalar en el parque de San Francisco, o esa imagen icónica de Guzmán el Bueno que brilla con el aderezo del talento artístico. Dentro de la puesta en escena local, ordenada y señorial, destacan igualmente el templete de música asentado en el paseo de la Condesa, tan romántico y vintage, la marquesina realizada por Torbado para el jardín de San Francisco, o el señero puente de Puente Castro.

Dentro del protocolo de seducción capitalino también figuran, ennoblecidos por el beso del tiempo, los panteones del cementerio donde se alojan los restos mortales de familias de la nobleza local, las placas de rotulación callejeras que homenajean a Miguel Morán o al propio Colón, y los bancos de azulejos que llevan la firma de Zuloaga. Pese a su pretendido nivel de protección, ambos elementos presentan una imagen caduca y ajada, especialmente los bancos muertos de pena en el asilo de ancianos. El mayor grado de injuria corresponde al puente de Juan de Austria, sacrificado a la modernidad hace años, con motivo de las obras de Feve. Qué agravio para esta vieja y digna dama que es tejido vivo desde hace dos mil años.

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