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León

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E n reciente entrevista con Onda Cero, el presidente Herrera ha pedido en León un «rearme moral» frente al separatismo catalán. Rearme viene de arma. Pero a las que se refiere no se empuñan tal que Tizona cidiana, sino con la ley y la palabra. Dado que el nacionalismo es cogorza del yo, ha llegado la hora de que quienes no bebemos tales brebajes lo proclamemos. España fue, es y será mucho más que Torquemada. Ninguno de nosotros estaba allí dándole a la manivela del potro de la Inquisición, ni en América buscando el oro de los sueños, ni... Somos españoles del presente, y a mucha honra. Rearmémonos con nuestros valores colectivos. Por supuesto, estoy refiriéndome a pertrechos simbólicos, pues en este caso no hay enemigo del que defendernos. Los valores no se disparan. Aún así, la puntería es la puntería. Recuerdo que en la mili compartía litera con un soriano muy seta destinado en la armería. «¿Te han llegado ya los tiradores?», le preguntaba con sorna cada día. Si no le hizo gracia la primera vez, menos se lo iba a hacer las trescientas siguientes. En cambio, al de al lado, un nacionalista de Manresa, se tronchaba. Aunque tuvieras más acento andaluz que Chiquito de la Calzada te decía: «¡Cómo sois los castellanos!». Pero se le desarmaba a golpe pacífico de guasa y siempre que no te metieras demasiado con el Barça. En aquellos tiempos, el nacionalismo catalán era buen humor de provincias, ahora es falsa solemnidad.

Los Pujol y compañía quieren salir en los sellos porque la fortuna de las comisiones ilegales la tienen invertida en estancos, vamos a explicarlo así. Y están contando para ello con el respaldo de un activismo de charanga y pedorreta.

Sí, España necesita un rearme moral. Nuestros valores colectivos no tienen gatillo, pero aún así tenemos que dar en el blanco. En el año 1993, la mujer de Jordi Pujol, doña Marta, saltó en paracaídas, con 59 años. Ahora, el independentismo quiere arrojar a Cataluña al vacío. Los Pujol y los Mas saltan los primeros pues debajo tienen el colchón del paraíso fiscal, con el que los exilios, si llegan, son llevaderos. Pasar estrecheces —pensarán—es de pobres; o sea, de españoles. No son el enemigo, pero «¡menuda tropa!» que diría Romanones.

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