Diario de León
Publicado por
ANTONIO MANILLA
León

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Pero ¿por qué lo llaman debate si quieren decir desfile? Me refiero al encuentro en una tasca de barrio entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, arbitrado por la voz de grillo de Jordi Évole, que se convirtió en un éxito de audiencia incontestable seguramente por las altas expectativas que había creado ver cruzar guantes a dos sólidos aspirantes. Una vez visto, sólo la postración y deterioro actual de la política española, carente de oradores, da lugar a considerar ese espectáculo televisivo como ejemplo de nada que no sea un tongo. Sólo la existencia de un «catatónico» Rajoy y un efervescente Pedro Sánchez permite especular todavía que alguno de esos muchachos pueda hacer carrera en política.

No hubo debate, controversia, dialéctica, fue un pase de ideas sobre la pasarela televisiva de un garito. Exhibieron modelitos y poco más, todo muy educado, y a eso lo han llamado los corifeos «nuevas maneras políticas», se lo han alabado los editorialistas como si de una nueva reedición de esa inane corrección política que era el «talante» zapateril fuera. Bueno. Salieron a no pisarse la manguera entre bomberos que saben que su batalla —ahora ya lo sabemos todos— es por meter la cabeza en la cabeza del pelotón, si acaso alcanzar el lugar más bajo del podio, aunque digan que están aquí para terminar con el bipartidismo y tal y tal. Modosos ellos. Pablo y Albert. Albert y Pablo. Fueron a hablar de su libro, como Umbral, a darlo a conocer y a leer unas páginas. Entre los rumores que de cuando en cuando llegaban del fondo de bar, medio suspiro, medio bostezo, uno juraría haber oído esa pregunta tan de aquí con que dan comienzo los corros: «¿Hay quién luche?».

Levemente contradictores, nunca antagonistas, incidieron más en lo que les unía que en lo mucho que los separaba, como si la corrupción o la «casta» fuera un hijo en común, por el que se sacrifica la pareja. En ese debate romanceado, con un tácito pacto de no agresión no ya ideológica sino verbal, se dedicaron a hacer exposiciones programáticas, es decir, un espacio electoral compartido con la disculpa de confrontar ideas. Ahí sí que ve uno un nuevo género de entrevista política: la propaganda como teatralización de la divergencia. Ninguno de los dos sintió esa tentación de Gerardo Diego de vivir en los pronombres. No se atrevieron a ser ellos. Combate amañado.

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