TRIBUNA
Carta a Vallejo Balda, ‘prisionero del Vaticano’
H ermano, ahora que del árbol caído todo el mundo hace leña, regocijo, silencios, lamentos u olvidos, aun a sabiendas de que mi carta no va a llegar a tus manos, hoy, dolido, pero a la vez sereno y esperanzado, te escribo. Desde nuestros tiempos en Astorga —tú como Administrador Diocesano, yo como rector del Seminario Mayor—, hace muchos años que no nos vemos, y tú de mí tal vez no sepas nada, ¿qué digo?, o tal vez sí, ya te hayan cuchicheado que he sido un traidor porque me fui por la puerta de atrás, y me casé —con los mismos años que tú tienes ahora, que son vocacionalmente los peores: además de la soledad interior, pesan y duelen los despechos y desprecios, aunque ignoro si también influyeron en ti las «romanas caprichosas», porque «gallardo» eres, aunque nunca en ese tema te consideré un tenorio «calavera»—.
Ahora vivo en Estados Unidos, feliz, creyente y nunca arrepentido. Yo de ti, sí había oído muchas nuevas, no sé si todas buenas, pero sí dulces en bocas aduladoras: que si estabas en Roma, que se habías ascendido de manera rutilante, que si ya eras todopoderoso, que cuando venías deslumbrabas y muchos querían faldear tras de ti y manosear y sobar lo que ellos siempre soñaron y nunca alcanzaron. Pero vamos al grano, porque por los medios, todo el mundo nos hemos enterado que has caído fulminado —¿como Pablo?—, incluso más rápido que subiste.
Me entristece —no el que hayas caído—, sino tu situación actual, primero por ti y por tu familia, tu mamá sobre todo, y luego por el papa Francisco, al que dicen que has traicionado —¿o tal vez le hayas echado una mano?—. El tiempo lo dirá. No vayas a pensar que te asocio con un vulgar Judas. Al revés, Lucio Ángel, te felicito, porque, dejando a un lado tu venganza personal, confío en que el Dios que escribe recto con líneas torcidas, haga que tu victoria pírrica sirva para desenmascarar a los cuervos carroñeros —no tú—, y lepra —palabra del papa, no mía—, de la Iglesia.
La temida, odiada, desvergonzada Curia Romana, que por extensión alarga sus tentáculos a muchas curias diocesanas de España donde carcamales acomodados siguen en la poltrona a la sombra de obispos consentidores manteniendo actitudes, conductas, comportamientos impropios hoy ya de simples capataces de obra.
Me duele que estés en chirona, como dicen ahora tus enemigos, cuando todos tus aduladores se han escondido como ratas.
No hablan porque tienen miedo —que ellos llaman prudencia—, pero no los creas. No te extrañe que los que antes te adularon, ahora ni te miren a la cara. Lo sé por triste experiencia.
Hemos sido traidores, pero ellos son unos cobardes. Son gentes de mucho capisayo, negro, rojo, morado, de pomposos y hueros títulos vaticanos, pero carentes de alma sana, de corazón generoso, de sonrisa franca, de sentimientos humanos.
Todos se ocultan, están asustados, tienen terror a la maquinaria infernal de la Iglesia. ¡Vamos a ver qué ocurre, no debemos precipitarnos, ni toquemos el tema! ¡Mejor hay que esperar a que pase la tormenta, no vaya a ser que!, se dicen en comidillas clericales, echándose a la espalda tu persona.
Lucio Ángel, prisionero del Vaticano, no desmayes, y lo que a los ojos de muchos sólo fue una traición, conviértela ahora —cuando ya los libros Avaricia y Vía Crucis , han salido a la calle—, en una batalla sin tregua, haciendo causa común con el papa Francisco.
No te importe sufrir y caer en la lucha, contra esa corrupta, babilónica curia romana —ni las mayúsculas se merece— que por siglos ha afeado el rostro de la verdadera Iglesia, viviendo disolutamente, ocultando escándalos, robando el dinero destinado a los más vulnerables del mundo: los pobres, los migrantes, los sin techo.
Rompe con la avaricia de las curias, y ayuda ahora al papa Francisco —a quien tantos millones admiramos, queremos y seguimos—, en su vía crucis, ayúdale a acabar de una vez por todas con esa lepra que afea, envilece y deshonra la faz dolida del Maestro.
Bien sabes que ideológicamente nunca coincidimos, pero es posible que ahora se abran tus ojos —los míos hace años que se abrieron— para saber que si hemos caído en desgracia ante curias y capisayos, no ante nuestra conciencia y menos ante Dios.
Lucio Ángel, si el destino, la curia romana, impidieron que bajaras al «fondo de los reptiles» inclaniano-vaticano, no te sientas abatido, ni mantengas resentimiento, da gracias al cielo, sé fuerte en la batalla contra el mal, para que pronto te «liberes, dejes los capisayos y, aunque sea crucificado boca abajo, salgas de Roma».
Lucio Ángel, te mando un abrazo, y rezo contigo.