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León

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Ayer, un día triste para quienes nos sentimos españoles y nos enorgullecemos de ello, recordé aquellas palabras del socialista Indalecio Prieto escritas en México, durante aquel doloroso exilio provocado por la guerra civil: «Mi actitud está dictada por dos amores, el amor a España y el amor a mi partido. (...) Y si alguna vez estuvieran en pugna, aunque no lo espero, yo serviría a los intereses de España, sacrificando los intereses de partido». Un día triste, sí, pero compensado por la unidad de la mayoría de los partidos frente a la estridente trompetada separatista. En León, Ayuntamiento y Diputación mostraron su respaldo a la unidad territorial española, en sendos actos que estuvieron por encima de las siglas. Silván y Martínez Majo supieron proyectar la contención ideológica, pero a la vez la rotundidad sin titubeos, que la situación exigía. No es la hora de invocar a Millan Astray, sino al gran Jovellanos. Y de actuar con firme prudencia. El que quiera independencia que se vaya a una isla desierta. O a Marte, que dicen que hay agua. Miente Mas al decir que cuenta con una mayoría social que respalda la escisión. Recalquémoslo de nuevo, estamos ante una operación destinada a legitimizar grandes fortunas obtenidas mediante comisiones ilegales, cuando no a través del mero saqueo de los fondos públicos. Y para ello necesitan su independentismo; un borrón y cuenta nueva, pero sin rendir cuentas. Como Corleone en la tercera parte de El Padrino, desean un espejismo de respetabilidad.

Frente a los extremismos políticos, de derecha o de izquierda, sólo cabe regirse por dicha firme prudencia, como se está haciendo. Hace días Monedero clamaba contra «los riesgos de la moderación». Han leído ustedes bien, el que está mal es él.

Pero si algo tiene de bueno el día triste de ayer es que servirá para que nos redescubramos. No me refiero al patrioterismo faltoso y belicista, sino al orgullo limpio, noble y democrático de sentirnos españoles. O de nuevo en palabras de Prieto, uno de los pocos líderes que pidió perdón por sus errores políticos durante los años anteriores a la guerra: «No pongo por encima de mi amor a la patria, sino otro más sagrado: el de a la justicia». Somos y estamos.

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