Diario de León
León

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Ala vista de la prodigiosa raya de la N-120 camino de Astorga me vino a la memoria lo que me explicó en una ocasión un amigo que se dedicaba a eso de las obras públicas. Tras un accidente de tráfico grave —sean las que sean sus causas— en cuestión de semanas aparece una raya continua para solventar el caso. Lo decía hace mucho tiempo, cuando el Manzanal se cruzaba sin autovía y donde era cierto que periódicamente desaparecía algún tramo en el que era legal adelantar, y si la A-6 se llega a retrasar un poco más todavía se hubiese llegado a cruzar de Ponferrada a Astorga sin pérdida posible con sólo mirar la raya.

La línea que divide los pueblos de Valverde recuerda la disputa de los fairys de Villarriba y Villabajo, de las carreras y pugnas de remeros o sabebiendiosdequé, de ‘La gran zanja’ que anegó Asterix, de los Montesco y Capuleto que vivieron en Verona aunque bien pudieron hacerlo en tantos pueblos que se apellidan ‘de arriba’ y ‘de abajo’, o en Salamanca, donde su céntrica plaza de los Bandos recibe el nombre por las hazañas de dos familias que vivían frente por frente.

La tentación de poner una raya siempre está ahí para dejar claro que ese no es de los nuestros, porque pese a los mandatos constitucionales sobre presuntas igualdades lo cierto es que nada hay más apasionante que trazar una gruesa línea para expulsar a quien no es ni será nunca como yo y los nuestros —preferiblemente por este orden—.

La raya que Mas quiere cerca del Ebro, o las de quienes miran la raza, el sexo o las creencias tienen difícil solución porque surgen de la forma de ser de personas a las que sus entrañas y su educación les han otorgado el privilegio de disponer de una brocha para trazarlas.

La línea de Valverde pone de manifiesto más pobrezas mentales y prebendas. El acceso hacia la capital de la provincia cruza pueblos y barrios —especialmente por La Virgen, San Andrés o Villaquilambre— donde los sucesivos alcaldes deberían explicar las razones por las que nunca encontraron tiempo ni terreno para conseguir vías alternativas mientras sí sobraba suelo para bloques, urbanizaciones y adosados. La tortura que sufren hoy los vecinos de esos pueblos y quienes se ven obligados a generar esas molestias y a sufrir las propias al circular a diario por esas interminables travesías pudo y debería tener solución. En Puente Castro fue posible o en el acceso Sur.

La solución no es pintar rayas. Es facilitar calidad de vida a los ciudadanos.

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