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León

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Se llama así al arte de usar el móvil como muro protector frente al entorno. Adolescentes y adultos se aíslan en masa con ese gesto ya tan cotidiano de deslizar un dedo por la pantalla del celular y emprenden el vuelo de una conversación o de un espacio físico. Hay que saber torear para huir de un pleno así que se inicia la sesión. Agitas el móvil y suena tocata y fuga, ideal para inhibirse de peticiones de dimisión porque algún avispado se atreviera a hocicar en la muralla para poner las mesas del merendero sin avisar al arquitecto municipal. Los móviles son prodigiosos; los frotas, como una lámpara extraplana de Aladino, y sale el genio de regreso al futuro, para llevar el Delorean hasta la plaza del Conde y recrear aquella época en la que las licencias de los asadores las traía el ratoncito Pérez y en el Ayuntamiento se enteraban de que se abrían restaurantes cuando llegaba las invitaciones que los socios repartían entre los compañeros de corporación. Si no hubiera sido por el refugio del móvil los artistas de ese toreo no habrían escapado a la refriega, ni contarían ahora con un sesenta por ciento de posibilidades de ser diputados en diciembre. Hay políticos capaces de atender pedidos de carne y pescado, a dos manos, mientras protagonizan una intervención pública a la que asisten absortos. El fenómeno del phubbing ha crecido a la velocidad del mobbing, que al fin y al cabo es una expresión máxima de la mediocridad que sustentan quienes no pueden aceptar que haya otros mejores. Un sistema de defensa como los misiles antiaéreos o las minas antipersona. Basta con mirar alrededor para saber cuál de estos dos lodazales está más cercano. Te sales de atmósfera por la mampara del móvil con el gesto de quien enciende una cerilla y terminas por prender el puro a los amiguetes a los que subvencionas con treinta mil euros, (que no dejan de ser cinco millones de pesetas) en un asociación privada de dudosa legalidad jurídica que desde hace veinte años araña votos para el partido. Parece que no, pero con el móvil entre los dedos se tiene una sensación de ventaja a la hora de correr más que la Fiscalía que te echa el aliento en el cogote porque no es lo mismo administrar que beneficiar a los colegas. Una sesión de cuatro g eleva la autoestima a cotas impensables. Que se lo pregunten a todos esos que se vieron con harapos antes de hacer del clan de los Genarines un cartel de intocables.

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