Diario de León

FLORES DEL MAL

Anatomía de una melancolía

Publicado por
GONZALO UGIDOS
León

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L arry Durrell reprochaba a D.H. Lawrence que en El amante de lady Chatterley había construido un Taj Mahal en torno a un simple polvo. Algo como eso viene haciendo Artur Mas: construir una secesión al cien por cien para tapar un desfalco al 3%. No saldrá bien. Hay tipos que por ineptitud orgánica dan siempre la espalda a la suerte. Como Mas, que lo tuvo todo y todo lo malversó. A diferencia de Pujol, él no escuchó en su juventud el canto de las sirenas, entonces era un pijo acomodaticio al que llamaban el Posturitas, por sus postureos en el Club Náutico de Platja d’Aro. Practicaba montañismo, pescaba, navegaba, era sano como un sportman inglés y pragmático de nacimiento.

Los salvapatrias suelen ser taciturnos, son prometeos encadenados que se rebelan contra la fatalidad; son gigantes atados al brocal de un pozo. Algunos perecen por el vértigo de la profundidad o por querer abrir un agujero en el cielo con un sacacorchos, imposible anhelo que los aboca a la tragedia, a una especie de maldición del visionario. Los nacionalistas genuinos sufren por un exceso de conciencia de sí mismos, esa infatuación del alma los vuelve metafísicos, gentes que lo único práctico que extraen de su utopía es el consuelo para su propia agonía. A diferencia de ellos, Mas no era un intelectual, era el hombre que ligaba, el hombre que trepaba, el hombre que no pensaba, luego existía. Oportunista desde su juventud, refractario a las ideas abstractas, a los delirios y a los versos, pasaba por los ambientes nacionalistas sin quemarse, como una salamandra. Llevaba entonces en las venas el instinto del seny y exhibía cualidades de trepa muy temibles. Ya era el Astuto. Llegó a conseller en cap, quitó la o a su nombre de Arturo y los azares de un capricho paradójico lo hicieron molt honorable. Solo cuando los jueces lo cercaron por hechos contrahechos y presuntos cohechos descubrió la utilidad de la estelada como burladero, que viene de burla.

Mas demostró una vez más un aspecto de la naturaleza de la política: no es cierto que el poder estropee forzosamente a los líderes; mejora a los grandes y estropea a los pequeños. Arrinconado y solo, con sus siglas pringadas de barro y camufladas en una risible candidatura que no controla, solo el miedo al talego y la capacidad de soportar el odio ajeno le permiten resistir. En un mitin en Molins de Rei aseguró que el prusés exigía una lista única y que él nunca sería un obstáculo. Puro cinismo. Como la mala madre del juicio de Salomón, prefiere una Cataluña demediada a una Cataluña en la que ya no pueda blindarse. Cuando la fantasía se haya saciado de fantasía y crezca el apetito por lo real, le espera al Astuto una larga melancolía.

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