Diario de León

TRIBUNA

Evaluar a los profesores: el cascabel al gato

Publicado por
Isabel Cantón Mayo Catedrática de la Universidad de León
León

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L a reciente propuesta de José Antonio Marina sobre la evaluación de los profesores que llevaría consigo la diferente remuneración de los mismos en función de su rendimiento profesional ha levantado ampollas entre el sector y los sindicatos. Visto desde una perspectiva general no parece que hubiera motivos para ello. Pero desde una óptica profesional se asimila a control, vigilancia, supervisión, y sobre todo, anuncia una ruptura del igualitarismo ramplón que se ha preconizado durante largo tiempo desde los ámbitos sindicales y administrativos.

Vaya por delante la necesidad de evaluar: lo que no se evalúa, se devalúa. Y eso ha ocurrido con los docentes, que de ser una profesión de altísimo aprecio social y popular, han descendido muchos escalones y ahora tenemos una profesión devaluada, desprestigiada y poco remunerada. Dichos como: «el que sabe una cosa la hace; el que no la enseña», van indefectiblemente en esa dirección. Por lo que parece que la evaluación es necesaria. De algún modo ya hay una autoevaluación del profesorado de los niveles primario y secundario en la memoria de fin de curso; además de la evaluación que realiza la inspección educativa, pero es tan ligera, que no se considera evaluación; además no lleva parejas consecuencias económicas, si acaso algún mérito para traslados.

Sobre la evaluación del profesorado en la Universidad ya hemos realizado críticas en esta misma sección; es necesaria, pero hecha por los alumnos significa correlación directa entre el número de aprobados y la calificación de éstos al profesor; no con la calidad de la docencia impartida por éste, como debiera ser.

Por ello, parece clara la necesidad de evaluar a los profesores, el problema es el siguiente: ¿cómo evaluarlos? y ¿quién los evalúa? El propio autor citado, Marina, señala hasta siete formas de hacerlo: el portafolios profesional, el progreso de los alumnos, la opinión de los alumnos, la relación con las familias, la participación en el centro y la calidad del centro en su conjunto. Pero todos ellos tienen serios reparos: el primero de los citados, el portafolios, generará rápidamente, si se acude a él, rápidamente especialistas en hacer un portafolios cargado de humo, de imágenes y de buenas intenciones; esto nos recuerda los books de las modelos, es fácilmente manipulable. El segundo tiene para el profesor la tentación del aprobado general y de hinchar las notas de los alumnos, aspecto que se complementa con el tercero, que generará, el profesor-compañero o mejor el coleguita (ya se da en los últimos cursos de Bachillerato y algunos de la universidad; no nos vamos a hacer daño) y su interés estará más en las buenas relaciones con los alumnos que en la instrucción y el conocimiento. En cuanto a la relación y la opinión de las familias sería válida si no estuviera coloreada de otros intereses y se mejorase la tradicional desconfianza mutua, profesor-padres, como se evidencia en el libro: Padres y profesores, crónica de un desencuentro. La participación del profesorado en los proyectos de centro es un buen instrumento de medida, pero también tiene detractores en función del tema y del liderazgo del mismo y se relaciona directamente con la calidad del centro. Vistos las resistencias y los reparos a la calidad desde sectores ideológicos, le auguramos poco éxito, con ser, a nuestro entender la mejor de las propuestas evaluadoras.

Queda la segunda pregunta: ¿Quién evalúa a los profesores? En la normativa la inspección; en la realidad, éstos, sometidos a las presiones administrativas, optan por el rasero común y nadie se mete en complejas evidencias que mostrarían la diferencia de la acción, la variedad y la riqueza de trabajo entre el profesorado evaluado. Aunque hay una buena colección de instrumentos evaluadores, de centros, no de profesores, la renuncia a hacer públicos los resultados los convierte en inservibles. Además la idea del inspector aunque sea pedagógico ya produce rechazo entre el profesorado (nuestras investigaciones al respecto siempre lo muestran); si éste es el evaluador personal, será preciso matizar mucho: los instrumentos, la acción en equipo, la reiteración de la misma, los cambios producidos, etc. Sería precisa una buena reconversión de estos profesionales dotándolos de herramientas, de autoridad, de conocimientos y de autonomía dentro de los equipos, para ser los depositarios de esa misión, más cercana al juez que al asesor pedagógico y administrativo actual. ¿Y quién evalúa al evaluador?

En resumen, evaluación sí; pero bien diseñada en los aspectos de cómo y de quien. Además la evaluación debe ir vinculada a la promoción profesional, que puede ser en el mismo nivel o a niveles superiores. Hay que señalar que en Portugal, por ejemplo, un maestro o profesor de secundaria, con el nivel más alto de evaluación meritocrática (hay diez niveles) puede tener un salario igual o mayor que el catedrático de universidad; es una promoción en horizontal; pero otros países tienen promoción vertical subiendo a la Universidad a los mejores para formar a los futuros docentes.

Debiera ser requisito imprescindible para formar a docentes, haber sido previamente docente del nivel en el que se aspira a formar a los profesores en la universidad; sin que ello elimine requisitos técnicos e investigadores como el doctorado y otras cuestiones formativas específicas. La calidad y los méritos deben ser los ejes de esta evaluación para la promoción y la satisfacción. Evaluemos para no devaluar más la profesión docente, pero hay que hacerlo bien, y eso es muy difícil.

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