Diario de León
Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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Lamentablemente no están lloviendo hombres, como anunciaba la previsión meteorológica de la chica picante; ni tampoco llueve el café en el campo con el que meneó millones de caderas Juan Luis Guerra. Ni siquiera se puede cantar y chapotear bajo esta lluvia, como hacía mi admirado Gene Kelly. Lo que llueve es mierda. Espacial, pero mierda al fin y al cabo. Las toneladas de basura planetaria que rondan la órbita de la Tierra crecen, y también su tendencia a poner a prueba la ley de la gravedad. La mayoría de la chatarra volante se desintegra al pasar por la atmósfera, pero la hay también a prueba de fricciones, y cae en forma de proyectil a la superficie terrestre.

Tanto preocuparnos por el chirimiri de las partículas de CO2, y ahora nuestros propios deshechos expedicionarios nos bombardean con piezas que dejan en una broma el tamaño y peso de una sandía de final de verano.

Dicen los expertos que hasta ahora, que se sepa, ninguna partícula ha impactado directamente en ningún humano. Que ya sería mala baba que nunca te toque la primitiva y te vaya a caer en suerte un torpedo de estación espacial. No habrá impactado, pero rondar, rondan.

Que se lo digan a los dos pastores de ovejas de Calasparra que se encontraron en medio del campo un humeante objeto no identificado, que ya no volaba pero había volado sin duda. Tocaron y estaba caliente, le hicieron fotos con los móviles y su cuñado, community manager de profesión al parecer, se aplicó al google para determinar que la cosa era un recipiente de presión para gases de una estación espacial. Mientras, los especialistas de desactivación de explosivos se enfudanron sus espectaculares escafandras y equipamientos varios para poner en práctica el protocolo nuclear, radiológico, bacteriológico y químico. Pastores a pelo y agentes en traje espacial curioseando para concluir que aquello era una porquería caída de un cohete. Una escena realmente berlanguiana.

Los expertos prevén un incremento de piezas de basura caídas del cielo. A ver quién tiene la desdicha de recibir el primer coscorrón. En cierto modo, la lluvia de porquería tiene un tufillo a aquella genial historia de la película ‘Los dioses deben estar locos’, en la que una botella de Coca Cola tirada desde una avioneta y que caía en una tribu bosquimana volvía locos a sus pacíficos habitantes. Sólo que aquí va a ser difícil ir hasta el fin del mundo para devolver a los dioses la indeseada mierda enviada.

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