Diario de León
León

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Tiende noviembre ya su manta de colores ocres trenzada sobre el suelo de los sotos para que nos cobijemos del frío que se nos anuncia a la vuelta de la esquina. Se le pone a este otoño la cara pintada del veranillo de San Martín para que juguemos a lanzar las hojas de los árboles al cielo y nos bañemos con ellas, mientras tarareamos de nuevo la canción de Barrio Sésamo, ahora que nos hemos vuelto a calzar las botas rojas que estrenamos para chapotear en el murmullo que cosquillea bajo nuestros pies. Se escucha por las calles una risa bulliciosa de guajes que estrenan cazadoras de colores y se burlan de las bufandas en las que los envuelven sus madres, chavales que tiran el brazo por la cintura de sus parejas como si fuera una maroma con la que quisieran amarrarse para siempre y jubilados que hacen corrillo en las plazas al sol del mediodía para pronosticar cuándo vendrá la primera nevada a meterlos en casa. Está casi todo vendimiado ya y lo que falta pende de las ramas tristes como una ofrenda para los pájaros que aún no se han ido, aunque en los campos navegan las cosechas que amenazan con arruinar el agua y las burlas de las isobaras del hombre del tiempo. No importa. Todo sigue un orden más o menos predecible contra el que adaptarse. Hasta que el horror nos deja una tarjeta de visita en francés sobre la mesita de noche para que no olvidemos que somos vulnerables.

Los atentados de París nos alistan de manera involuntaria para la guerra como ya lo hicieron los aviones de las Torres Gemelas y los trenes de cercanías de Madrid. Nos llaman a formar parte de un ejército disciplinado en el que no quepa la xenofobia, ni la simplificación de las ideas religiosas en las que llamar asesinos a todos los que comparten un credo, ni la permisividad con quien entiende que la muerte de otro, incluso con la propia a cuestas, es un peaje que pagar para lograr un fin. No cabe dar un paso atrás, ni hacer concesiones, ni sobre todo huir, ni plegarse a los mensajes de quienes querrán aprovechar la confusión para que nos convirtamos en lo mismo que ellos. Yo me apunto a la leva disciplinada de quienes desde este lado defienden los derechos humanos y la libertad, pero que no perdonan ni admiten que alguien busque atenuantes para la conducta de los asesinos. Aquí no se lucha por países, ni por petróleo, ni por la supremacía económica, aunque haya polvo de ese en este lodo. Son ellos o nosotros. Y yo te elijo a ti.

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