Diario de León

TRIBUNA

París y la Noche del Destino

Publicado por
Venancio Iglesias Martín Catedrático de literatura
León

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T omé su mano por sorpresa y ella no hizo ademán de retirarla. Le miré a los ojos y le dije: —Te llamas Leila. ¿Puedes decirme qué significa? Ella me contestó: —Leila o Laila significa Noche. Dime, Noche, Laila, dime ¿cuál es la noche más hermosa, la noche mágica, esa en que el cielo toca la tierra y todo se cumple, la noche ideal para comunicarnos con nuestros muertos queridos? Y ella sin pestañear me contestó: ‘Leilatu’l Qadr’. Es la «Noche del Destino». En esa noche todo lo que pidas se cumplirá.

Solté la mano de Leila y recordé la frase de Jesús antes de hundirse en la noche: —Todo está cumplido.

Nunca más volví a ver a Leila, la bella Noche que tenía en los ojos la promesa de un destino: el de llevarme de la mano a la verdad revelada, la ley escrita que el ángel de Dios entregara al profeta Mohammed en «una noche más brillante que mil días».

En un mundo desdivinizado como el nuestro, el secreto del éxito del Estado Islámico quizá esté en ese tipo de promesas. Sí. El musulmán puede perderlo todo menos la esperanza que el islam le da. A medida que Dios se aleja del mundo crece el proselitismo islámico y la voluntad de combatir a los infieles. Así, el musulmán es capaz de suicidio —que llama martirio— para combatir al infiel. Grupos fuertemente cohesionados, protegidos por los mil y un secretos de sus idiomas y sus mil y un dialectos, proliferan en el mundo islámico y fuman —como fuman la haschisa— los versículos más hermosos del Corán (del haschís viene el nombre de «asesino») dándoles un sentido literal que prostituye su significado mejor: y en el humo de ese haschís religioso están preparados para el martirio. De esta manera, leila, una noche más trágica y negra que ninguna otra se extiende sobre el Islam, porque el nuevo Estado viene imponiendo una ley medieval ajena a la evolución religiosa natural que sería la religión de la paz y la esperanza.

Se comprende pues, que ese tipo de bestialidad (la de París, digo) no pertenece al espíritu del Corán y sería blasfemo que algún musulmán lo metiera de matute en el Libro. Y cuando digo «ese tipo de bestialidad» todo el mundo sabe a qué bestialidad se refiere la frase, y el buen musulmán sabe qué mancha, qué noche se cierne en Occidente sobre todo lo que suena a islámico. Lo que parecía imposible en el siglo XXI —una guerra de religión— ha sucedido.

G. Bueno lo dice con toda claridad. El derecho no es algo abstracto, metafísico; procede de un Estado que da normas de obligado cumplimiento y tiene fuerza para imponerlas. «El autoproclamado Estado Islámico» es sintagma muy usado por el periodismo de los países beligerantes en Oriente Próximo. Esa palabra «autoproclamado» parece querer quitar legitimidad al nuevo Estado. Error. Ese grupo más cohesionado que ningún otro puede proclamar un Estado y darle una legislación porque tiene un ejército dispuesto a hacerla cumplir. Y esa es la fuerza de la legitimidad. Más aún. ¿Necesita un territorio como condición indispensable para ser Estado? Ya lo tiene. Siria, Irak… etc. Pero tiene además un territorio ideal, un proyecto para establecerse: toda la tierra que fue suya y toda la que ocupan de manera ilegítima los infieles. No está pues circunscrito por unas fronteras. Su ley se llama sharia y ya está escrita, de modo que todos los islámicos están obligados a conocerla y respetarla; esta ley es «indiscutiblemente buena», porque su sabiduría procede del Cielo y fue el ángel de Dios quien, en la Noche del Destino, entregó el libro santo a Mohamed, su profeta. Todos deben someterse al imperio de la ley divina. ¿El ejército? Cualquiera puede ser llamado a filas, con discreción, claro, porque hay fuerzas hostiles por todas partes… (las fuerzas del diablo americano, español, francés etc.) Cualquiera puede ser llamado a filas revolviendo en lo más delicado humano: el fondo religioso y los posos que el miedo deja en el alma. Occidente lo llama fanatismo pero ellos lo llaman radical defensa de la fe.

Allí donde se instale su labor será destrucción del poder constituido, diabólico y corrupto. Diabólico y corrupto e ilegítimamente constituido porque no sigue la ley de Al’lah. ¿Habrá que decir que allí donde los estados se dicen musulmanes, el Estado Islámico será mucho más expeditivo, brutal y cruel que en los demás? ¿Acaso no son los musulmanes sencillos los fieles más pacíficos, los que ponen más muertos en el altar de ese Estado? ¿Será necesario recordar aquella escuela de niñas de Afganistán o la explosión del mismo día trece en Beirut, con más de cuarenta musulmanes muertos en los que no hemos reparado? En cuanto a los medios… todos son buenos si conducen al fin último: el establecimiento del Islam falsamente llamado «auténtico», no el que salió de la Noche del Destino y se puso en las manos de Mohammed. Pero ¿quién interpreta ese libro? El Estado Islámico, claro.

Revolución y progreso son palabras que encabezan el discurso de todo fanatismo. También aquí están y se entienden como una vuelta atrás. Al estadio medieval.

Ese ejercito como digo no tiene un lugar. Allí donde hay un soldado dispuesto a morir matando por la fe, allí está entero el ejército, al menos intencionalmente.

Ahora con estas premisas podemos ir a dialogar con ellos. Nos bajamos del avión y gritamos: Soldados, muyahidines, candidatos al martirio por la fe, ¡deponed la bundukiia, el fusil! Os traemos la buena nueva del Diálogo de Civilizaciones. Y ellos vendrán como corderitos a sentarse y dialogar con una taza de té a la menta en las manos. Después cantaremos todos la canción aquella de John Lenon: «Imagine». Y haremos el tonto perfecto en perfecto grupo de tontos.

Leila es una Noche veinteañera dulce y misteriosa perdida en el vapor de los años. Pero el Estado Islámico es una noche pavorosa, una tenebrosa noche de pólvora y sangre, que ha caído sobre el verdadero Islam y que amenaza a todo Occidente. El islam se ha ennegrecido. El sentido de la libertad Occidental y el nulo sentido de la previsión, han abierto sus fronteras a un Estado, cuya presencia ubicua hace difícil la localización de los comandos operativos de ese ejército.

Siempre se dijo que la luz venía de Oriente. Hoy comprobamos con espanto que las más espesas tinieblas vienen de allí también, donde todos los dioses mueren. Sin embargo, contra toda razón, espero todavía a la Noche del Destino del 26 al 27 de Ramadán, para hacer mi petición. ¡Qué le vamos a hacer: uno guarda creencias sorprendentes que nacen del calor de una mano, de unos labios trémulos, del pozo profundo de una mirada! Y digo yo: ¿no habría que salvar el tesoro del Islam de la barbarie que se cierne sobre él?

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