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León

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Que una cosa es presentarse en los carteles con la escalera de la biblioteca universitaria de fondo, con la carpeta de los apuntes salpicada de estampas de monseñor y escapularios y misiones numerarias, y otra hacer creer al entorno que se llega a la planta cimera por méritos de aplicado y brillante desde becario; como quien desprecia ahora aquellos años de piloto del helicóptero de Martínez, cuando el Bierzo era de don José y no se ponía el sol entre giro y giro elíptico de las hormigoneras. Sólo cuando se aproxima la hora de ir a las urnas se percata el populacho de todo el mundo que cabe en el curriculum de un político, por mucho que esté ahora forrado de títulos universitarios que acumula con el ansia de un coleccionista. Esas piruetas de travestismo no las superó ni Chacal cuando tenía a los servicios de espionaje de occidente en los talones y entre ceja y ceja a De Gaulle. Hace mucho la fachada, y no deja de ser un éxito del asesor combinar unas gafas al estilo Kissinger y las zapatillas de adolescente y loneta que calzaba Gene Hackman en Enemigo Público. La vida del candidato corre plácida porque también es un mérito manejar la información y ser pionero en las confidencias de última hora de la tarde, cuando el periodista es especialmente vulnerable por la urgencia de un título que llevarse a la boca. De todas las medidas del tiempo, se zafa como nadie en el control del segundero. Parece que está en la cuenta atrás para este minuto y lleva así ya veinte calendarios. Estar en pie junto a la trinchera con la cantidad de batallas que tiene en el morral bien merece un homenaje; o una tesina de fin de carrera, por lo que añade de excepcional que la gente te vea aún como la eterna promesa, condición que sólo pudo exprimir tanto Guti, hasta que acertó con aquel taconazo a contrapelo en Riazor y mezcló el vestuario con la farándula. Llama la atención que las radiografías no ofrezcan rastro de contaminación y la ropa seque inmaculada después de tanto negociado en el edificio de cristal y tanto documento expedido a favor de los amigos de los amigos, que al fin lo son de uno. Lo observas y, si puedes desembarazarte del verbo fácil que te atrapa, terminas por ver el zapato expuesto al frente del escaparate que jamás calzarías porque sabes que va a terminar por reventarte el pie. Lo que Luis Aznar hizo en política con un balón de playa lo hace él con una naranja; o con una guinda.