Para llorar de risa

Román Piña es un gran degenerado. Una vez publicó poemas que antes habían sido artículos y ahora acaba de dar a la imprenta una novela que está hecha casi enteramente de opinión, quiero decir, de la materia del columnista: la estricta y candente actualidad política. Lo de degenerado uno se lo aplica por esa tendencia a la coyunda y amalgama de géneros, no porque sea de natural calavera. Aunque igual también, toda vez que es bastante reciente su anterior artefacto narrativo, Sacrificio, donde imaginaba a un escritor que, deseoso del éxito literario, planificaba una ceremonia de horror hasta convertirla en realidad para unos lectores que se estremecían con el relato de amputaciones, torturas y desmembramientos extremos. Todo ello se nos ofrecía, un poco engañosamente, bajo el aspecto de una deliciosa novela negra.

«Y Dios irrumpió de buen rollo» nos presenta a un extraño comando, compuesto por un periodista por cuenta propia, una monja y una empleada de grandes almacenes que preparan una trama que ha de cambiar la cara a la crispada política española. Comentando esta obra, uno está haciendo columnismo y no recensión literaria, aunque haya mucha sabiduría y dominio del oficio de narrador en el autor: desmonta tantos lugares comunes, malentendidos históricos y extremismos enfrentados, que debería ser de obligada lectura para cualquier cargo político patrio. En serio. Aunque el mesianismo, tratado en clave de humor, sea el telón de fondo sobre el que se desenvuelve la historia, al fin y al cabo parece que últimamente el electorado español está buscando un mesías con desespero.

El argumentario separatista catalibán, tan semejante al de Milosevic en Serbia, la estupidez operativa congénita del PP en cuanto toca poder o las excluyentes políticas lingüísticas en comunidades donde el bilingüismo es un hecho innegable son algunos de los asuntos que encuentran hilarante acomodo en este volumen. Porque el corrosivo humor es el ariete del que se sirve Román Piña para desintegrar prejuicios, desenmascarar fanatismos, poner en tela de juicio todo lo que ampulosamente es tenido por sublime cuando no es más que ideología. Ni lo sagrado se salva de la parodia subversiva, aquella que transforma en ridículo lo que toca, desmitificándolo. No hay restricciones en unas páginas cuya lectura es imposible terminar sin dichosas lágrimas en los ojos. Una obra que molestará a todos o a ninguno, porque nadie se libra, pero que le convierte en el maestro del humorismo español contemporáneo.