PANORAMA
Contra el Daesh
L a dignidad y la memoria de todas las víctimas de los terroristas del Daesh bien merece el acuerdo de todas las grandes superpotencias del mundo y de cualquier país, sea cual sea su tamaño y condición. Habría que mirar hacia atrás, no mucho tiempo, y reclamar a los ahora concienciados por el enorme daño que causa la barbarie del Daesh por qué no lo han hecho antes. Es la estupidez humana que se repite históricamente. Hay muchos ejemplos, pero el primero que se me viene a la memoria es el de Sarajevo y Bosnia. Más de 200.000 muertos han hecho falta para que se plantee un acuerdo que ponga fin a una masacre repugnante. Hasta en eso se asemejan los casos de Bosnia y de Siria. Han pasado 20 años y aquellas lecciones de crueldad no han servido para que otros seres humanos sufran lo indecible.
París con sus 130 muertos encabeza una iniciativa internacional para acabar con un monstruo cuyos orígenes se centraron en el crimen y el tráfico ilegal de todo lo imaginable, que sirvió como herramienta sunní contra los chiíes iraquíes que gobernaron sectariamente en Irak tras la retirada de los soldados norteamericanos, que controlaron la rica zona norte kurda de Irak, rica en petróleo y se extendió a Siria donde en junio de 2014 proclamó el Califato, con capital en la ciudad de Raqqa. En todo este tiempo, con el dinero de sus benefactores del Golfo, de los bancos de Mosul y el resto de ciudadanos de la región, de la venta de antigüedades, del rescate de los secuestros, de los impuestos que exige a quien malvive en los territorios que maltrata y, últimamente, sobre todo, de la venta de petróleo, los terroristas del Daesh han matado a miles de personas sin importarles su condición, ni mucho menos la religiosa que es un paraguas para justificar sus desmanes; han destruido miles de familias, han dinamitado el patrimonio de la humanidad y, ahora, aterrorizan al mundo con sus atentados. Más vale tarde que nunca para acabar con esta pesadilla inmunda pero sin olvidar responsabilidades.