MARINERO DE RÍO
Black fraude
La cosa suena a día de la semana trágico, tachado o redondeado en el calendario con rotulador gordo por ser recordatorio de fusilamientos o de marchas pacíficas que acabaron a balazos. Tiene un algo de lúgubre y otro poco de apocalíptico («comprad, comprad, que el mundo se va a acabar»), y el nombre le está al pelo. Para comprobarlo sólo hay que tener estómago y echar un vistazo a las tremebundas imágenes de peleas, agarrones, pisotones al caído y hasta robos a niños que navegan por la Red bajo el epígrafe «lo más salvaje del Black friday»: ese viernes negro que vendría a representar el rostro descarnado de la celebración contemporánea, ya del todo despojada de sus habituales y medianamente poéticas excusas (el día del padre, el de la madre, el del concuñado, ¿cuál será el próximo? ¿el de la visita al asilo?). O sea, un zombi prenavideño cuyos aparentes reclamos de descuentos feroces logran atraer a ansiosas (y a veces embrutecidas) masas de consumidores (¿y qué demonios son cinco milenios de civilización frente a una pantalla de plasma a buen precio?) Bueno, pues vale. Otra necedad directamente importada de los USA junto al ‘truco o trato’ o la chorrez de ir tomándose un cubo de café por la calle como si el paisa fuera estresadísimo bróker muy atento al índice Nikkei. El prestigio irracional que suele orlar a cuantas modas exudan los imperios.
Que, digo yo, podríamos copiar de vez en cuando alguna cosa buena, como el talento de los guionistas de televisión, por ejemplo, pero no. Tiene que ser encontrarse con titulares de periódico tan desalentadores como aquel que rezaba «los niños de la Cepeda celebran Halloween» (¿pero sabrán qué significa magüeta o por qué se cantaba el ramo de Navidad?).
Las costumbres pueden convivir, y de hecho lo hacen, y a estas alturas hemos asimilado que nada es autóctono -todo fue moda o ingenio que un día vino de afuera-, pero dennos al menos historias que envuelvan con colores brillantes la corbata o el iphone 6, que no sea todo tan burdo y tan reseco; y tan falso, que ya sabemos que unos días antes del famoso viernes negro suben los precios para luego parecer que los bajan. El día que, como le pasó a Chiqui el de Redilluera, nos demos cuenta de que «Ikea es el monte», otro gallo cantará.