Diario de León
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diego carcedo
León

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L a Justicia es lenta pero, aunque tarde, suele llegar. Quinientos años, largos ya, tuvieron que esperar los judíos sefardíes para recuperar la nacionalidad que los Reyes Católicos, en una decisión poco adecuada para su apelativo, les quitó a sus antepasados en 1492. Fue sin duda la medida más desafortunada de tan elogiada pareja. Los sefardíes nunca dejaron que el odio por semejante arbitrariedad les venciese. Lejos de renunciar a su condición de origen, siempre se enorgullecieron de ser españoles. A pesar del paso del tiempo y de los ambientes en que les tocó reanudar su actividad por los cinco continentes, mantuvieron el castellano como idioma familiar, conservaron las costumbres que se llevaron en sus carromatos, siguieron cultivando el folclore de sus lugares de origen y hasta conservaron en un escondrijo seguro las llaves oxidadas de las casas que habían tenido que malvender a los beneficiados por su expulsión, que no faltaron. En su dispersión han vivido en decenas de países y actualmente ya tienen a Israel, el propio.

Finalmente se ha promulgado una Ley que les devuelve la nacionalidad española de pleno derecho. Aplicarla con tan compleja retroactividad no es fácil, cuesta discernir quienes son sefardíes. Pero la buena voluntad y la colaboración que desde su orgullo por el triunfo de sus reivindicaciones prestan los interesados, todo parece que se va clarificando: 4.307 ya han obtenido el pasaporte y otros 600 tienen su solicitud en trámite. Esta semana el rey Felipe VI, simpatizante igual que lo fue su padre de la causa sefardí, sancionó la Ley y se reunió en el Palacio de Oriente con algunos centenares de ellos. Muchos lloraban de emoción cuando el Monarca, mirándoles a los ojos, exclamó: «¡Cuánto os hemos echado de menos!». Sus lágrimas recordaban las que derramaron sus antepasados hace cinco siglos cuando lejos de la alegría actual lloraban de rabia.

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