Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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S e acerca el invierno a León, aunque el invierno de León suele empezar en los altos de octubre. Viene la estación del frío a la gran provincia blanca y verde, reino de valles y montañas, de tierras y gentes que parecen muy diversas entre sí, pero que no lo son tanto. Viene este invierno, como todos, con su carga de inviernos pasados, y trae copos de nieve que esconden y revelan momentos, caminos y personas. Vuelven esos jirones de vida convertidos en palabras. Música que nos liga a un estar en el mundo que nos parece intemporal, y que se llama como nosotros. Secretamente.

En este invierno, como en todos, nos visitan esas presencias remotas que no convocamos, porque son ellas las que nos buscan. Y nos encuentran. Los niños de Ponferrada saliendo a los descampados de la Puebla para organizar batallas con bolas de nieve. Volver a casa y al poco ver la imagen de mi padre abriendo la puerta, después de recorrer como viajante la ruta del alto Sil, aún con todo el frío de Laciana en el abrigo, con la boina vasca que se ponía en aquellos periplos casi siempre más literarios que comerciales. Y luego abrir la puerta de la calefacción para lanzar una paletada de antracita solo por el placer de observar cómo aquel carbón con brillos de plata se cubría con las llamas azules de la primera combustión.

Vuelve la memoria de las excursiones a Las Médulas de 1971, cuando nadie iba a ese lugar, y cuando nos ponían fama de locos por pasar allí algunos domingos de enero. Ya con la nieve en La Barosa al bajar del tren, luego la cuesta y los charcos helados camino de los picos rojos de las minas romanas, con sus castaños también nevados. Y a las cinco regresar por los témpanos del cañón de Baoluta a coger el tren en Quereño, al otro lado del puente colgante, y entrar en calor, por fin, en el expreso que venía de Monforte.

León es nieve, y el invierno, acaso, es su estación más auténtica, más profunda. Es, además, la que mejor sienta a los poetas, a los artistas de la palabra y la vida, de la palabra y el tiempo. León es mirar los montes nevados, las peñas desnudas de la cordillera Cantábrica, las llanuras blancas por las que pasa el viejo tren en el que viajábamos de niños. Y la extrañeza blanca que se posaba en las riberas de los ríos de aguas congeladas.

León es nieve y en la nieve siempre hay una promesa, o un propósito, o una verdad que nunca sabremos descifrar. León cuida a sus hijos con la leche nevada, nos nutre el alma con ese silencio como no existe otro, con esa lentitud que ordena la vida, que nos hace ser mejores, seguramente. Porque nos hace sentir de otra manera, porque nos conduce a los libros. De versos, en especial. Ser de León es ser amigo de la nieve, y ya rozamos la estación del frío. Cada uno de nosotros escribe su libro del frío, el que escribió Antonio Gamoneda. En nuestros corazones.

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