Diario de León
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Luego le echarán la culpa a Pedro Sánchez, que se hizo amigo nuestro, de los leoneses, digo, aquella noche que se presentó con Calleja en el salón, a lomos de unos molinos de viento, con un casco y arneses, como los que ponen los operarios de las eléctricas cuando una nube de julio deja sin suministro a media provincia. Le van a echar la culpa a Sánchez, porque es bien parecido, pero no tiene más que la que se le podía endosar a Iselín Santos Ovejero cada vez que le ponían el chándal de interino del banquillo del Atleti porque al titular le habían echado del autocar en el cambio de luna. Señalan a Sánchez, guapo y apuesto, con la disculpa de que se calza las chaquetas de la última gala de Milikito, y enmascaran qué parte de hemorragia de votos corresponde a Robapilas, que lleva varios capítulos de plañidera en los duelos que genera entre lamento y suspiro. Robapilas arrastra un apodo literal, no hace falta abundar en los motivos, que en León nunca hubo disimulos para llamar a las cosas por su nombre; y lo mismo presionaba a un concesionario de coches para que le aplicara al último modelo un descuento que merece un político de su proyección que obligaba a los operarios de mantenimiento de la AP-71 a cambiar el resorte de la barrera del peaje los fines de semana, de tantas veces que se le ocurría viajar a la capital con provecho del descuento que conllevaba (e igual conlleva aún) tener una colchoneta junto a Botines para pasar la mañana. En Robapilas concurren todas las circunstancias que definen el derrumbe de un imperio que comenzó a quebrarse por los excesos de los que fueron elegidos para servir; no por el paro, ni por ciscarse en Willy Brandt, ni por enriquecer a periodistas con minutas de cinco mil euros por conferencias sobre igualdad de género. Y quien dice Robapilas, con sus suspiros y esa pose de melancolía imperecedera que aflige sólo a quien espera un mesías tras las resurrección de los muertos, dice los que trincaron para el resto de sus días con las cartillas de la caja de ahorros; o los que corren a tomar posiciones para estar en la primera fila en el próximo advenimiento del susanato. Engañar a todos todo el tiempo no está al alcance ni de estos frailes que flotan en el aire y degluten dietas por comprobar el saldo en la cuenta corriente; ellos fueron el riesgo que quiso correr Pedro Sánchez, no subirse a las palas eólicas que ponen por las nubes el kilovatio hora.

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