TRIBUNA
Dependencia
A las veces, la ignorancia humana llega a enternecer, cuando sabes que la persona que habla no ha tenido oportunidades escolares. Recuerdo que en una ocasión mi madre siempre llena de buen humor, mirando a Fraga perorar en la pantalla de la televisión se indignó súbitamente con él, pero se me escapa el motivo. Algo debió de escuchar en el discurso del gran político que la molestó; quizá que a veces farfullaba o sencillamente que ella no entendía nada del discurso o simplemente que era ‘franquista’ adjetivo que ha dado en no significar nada. Lo cierto es que se irritó repentinamente, me cogió de la mano y me dijo con rabia mal contenida: «Míralo… míralo… parece un… un… (mi madre no encontraba la palabra pero cerró su breve enfado) parece un mamífero».
Su irritación cedió cuando me eché a reír y le di un par de besos. Yo quería decir con esto que la escasa formación nos hace dependientes. Siempre se lo dije a mis alumnos jugando con las palabras: los libros os harán siempre un poquito más libres. Por libertad entiendo, claro, la capacidad de autodominio en la acción, mientras que «dependencia» es el concepto que se opone a libertad.
Fuera de esos casos en que la persona no ha tenido oportunidades de formación que la harían más libre, el crecimiento de la dependencia en nuestra sociedad es altísimo. Se entiende que no me refiero sólo a esas personas que la ley prevé que necesitan ayuda y que, muchas veces, se ven abandonadas a su suerte. (Preguntemos de pasada cuántos jubilados han viajado y repetido viajes a la Costa del Sol en la época de Zapatero y en cambio cuántas personas que ni podían bajar la escalera de su casa, siguen sin ayuda. Hágase la operación adecuada y se verá cuánto dinero se gastó en cautivar el voto desvalido del jubilado y lo poco que se gastó en hacer algo más fácil la vida de quienes padecen una alta discapacidad).
Una somera mirada a la realidad hace evidente que la tendencia a depender hasta la esclavitud ya por amor o comodidad, ya por dinero o por cualquier otro beneficio, tiene siempre un rostro social donde alguien tiraniza y alguien se somete, invirtiéndose con el tiempo el proceso. Si Hegel lo deja claro en ese archiconocido capítulo de la Fenomenología de El siervo y el señor , Losey dio imagen a esa dialéctica, en el criado genial que hizo Dirk Bogarde, en aquella preciosa película titulada El Sirviente . Si el criado necesita al señor, poco a poco, el señor necesitará al criado hasta la sumisión.
De unos años acá, han crecido de forma exponencial dos tendencias: una, la tendencia a depender de la propia familia contradiciendo la idea de la educación para la libertad; y otra la sumisión de los padres hasta soportar el maltrato por parte de los hijos.
Un concepto como «autarquía» que significa independencia y dominio de sí propio, ha desaparecido de la práctica educativa. Ya es hora de gritar, que esa dependencia voluntaria es una forma de esclavismo de los padres que, con toda clase de sacrificios, sobreprotegen a los hijos, y que los chicos han conquistado una cara de duro pedernal y desvergüenza por parte de los hijos que no tienen ningún interés en caminar hacia la independencia personal. La alienación de la responsabilidad y la renuncia a la libertad en nuestra sociedad es un hecho trágico pero muy frecuente, y su origen está en la familia. El chico depende de los padres y los padres se ven esclavizados por conductas del chico. En tal forma que el chico reflexiona secretamente más o menos así: en casa lo tengo todo solucionado. La universidad me da prestigio ante mis padres y no me importa hacer una «carrera de resistencia»: —Sí, papá. Estoy en tercero de primero—. Además, me arreglo con la propina del fin de semana y no me veo dependiendo de un sueldo y haciendo un trabajo cualquiera. ¡Para qué me voy a preocupar!
Las consecuencias de la situación son escandalosas: jamás los padres se han visto más dependientes que ahora y jamás los chicos se han aborregado y embrutecido tanto, como demuestran los botellones, las macrofiestas, las discotecas, el espanto de la música llamada juvenil, las bestiales novatadas sin pizca de gracia y el sometimiento a las pandillas donde las relaciones de dependencia tantas veces han denunciado sociólogos y psicólogos. Esos chicos que se pasan horas y horas detrás de una imagen virtual mirando la pantallita del teléfono o mandando mensajes aberrantes como: «la fiesta fue muy wuai del parawaui» «el Jose es un chuloputas» o «¡qué wapas!», esos chicos están sencillamente perdidos.
Cierto que el fenómeno de la dependencia se vuelve difuso por la variación de predicados que se le aplican»: dependencia de la familia, del móvil caro, de la maría, del tabaco, de la moda juvenil, de las ideas manidas, sobadas y cutres de la tele o «l’internés» que dice uno de mi pueblo. ¡Dios santo! Si la lectura no los salva, estamos condenados a generaciones de «sabios» en el manejo del móvil: idiotas «a nativitate» o sea desde el nacimiento y gilipollas «post mortem» —léase gilipollas hasta después de la muerte—. O los padres y los centros de enseñanza reaccionan y recuperan la idea de educar para la libertad (que significa autodominio, algunas ideas de fiebre en la cabeza, sentido de la prioridad en la escala de valores, autocontrol, olvido de la pantalla de la tele y de «‘l internés», lectura reposada, sacrificio, etc.), o estamos arreglados para los próximos treinta años. Hemos olvidado que la palabra estudio, viene del término latino «studere» que significa esforzarse; y esforzarse nunca es «hacer lo que me gusta o lo que me da la gana». Por su parte, o los chicos se esfuerzan en adquirir un poco de amor a la independencia, la soledad, el esfuerzo y la renuncia… en fin, o los chicos estudian (se esfuerzan), o se nos vienen encima años en que ¡ríete tú del esclavismo romano o americano! Pronto tendrán un encefalograma más plano que la tarifa del móvil.
¡Por Dios! Es preciso salvar a los dependientes (fue una gran ley la de Zapatero, —quizá la única grande—, aunque malograda por su deficiente financiación). Las personas mayores deben ser atendidas en el seno de una sociedad donde los hijos han alienado su responsabilidad para con ellas, y es preciso salvar a estos chicos que se están autoesclavizando en la moda, en el móvil y sus mensajitos bobos, —q wai, q wapas— o, peor, disparates como «xq. no me sale de los guebos» (mensaje real del móvil de una muchacha).