MARINERO DE RÍO
Cómo pesan los papelicos, maño
N o recordaré aquí soflamas pronunciadas sobre estrado elevado ni frasezuca vacía que recoge todo un erizo de micrófonos, sino lo que me dijo un día Pedro Gimeno, aragonés de tierra baja, natural de la villa de Almonacid para más señas, mientras hablábamos de lo humano y lo divino en su pequeña salita amueblada de calma, pocos libros y mucha dignidad (y antes de que agarrara la guitarra y comenzara a echar unas jotas largas y hondas como el Ebro). Tratábamos temas que le espinaban el alma y la memoria —el hecho de que los restos de su abuelo siguieran aún insepultos en una cuneta, hubo paseo y tiro por la espalda de por medio— cuando de un salto pasó a la situación actual, a la crisis con sus zarpazos y contusiones, y el paisano empezó a soltar entonces, como quien no quiere la cosa, verdades como puños:
«Mira majo, la de ahora es una crisis orquestada por los mismos poderes de siempre, ¡los mismos!, sólo que ahora nos la están aplicando en economía. Pero la pretensión es la misma, no tener derechos de ningún tipo». Y seguía ametrallando: «La mayor desgracia de un país no es la incompetencia de sus políticos sino la pasividad de sus ciudadanos». «Los poderes viven de la pasividad de los demás, de la conformidad de los demás, de la ignorancia de los demás... Engañados para comprar el piso, engañados para meter el dinero en el banco, engañados por los políticos en la televisión… El sistema está basado en eso, en la pasividad y en el engaño. Oye, y a veces les va bien». «El consejo mío es que, desgraciaditos de los humanos si creemos que estos poderes nos lo van a dejar todo arreglado, pobrecitos de los humanos si no tomamos nosotros las riendas...».
Y aunque este filósofo natural nunca dio una rueda de prensa ni le entrevistara la tele, me acuerdo ahora, en estos días de cambio, de aquellas palabras suyas: «Sí, sí, dicen que son papelicos, pero sólo te digo, maño, ¡que pesan más esos papelicos en las urnas que las piedras del castillo de mi pueblo!».