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L os españoles acudíamos a votar con la sensación de que, en medio de la incertidumbre patente, será Mariano Rajoy, es decir, el Partido Popular, es decir, quien está gobernando hasta el momento, quien iba a alzarse con una victoria que sería precaria y, en todo caso, un descalabro con respecto a los magníficos resultados obtenidos el 20 de noviembre de 2011. En las sucesivas elecciones parciales —europeas, andaluzas, autonómicas y municipales, catalanas— ocurridas en los últimos dos años y medio, el PP ha ido perdiendo votos, escaños autonómicos y poder territorial, pero ha salido lo suficientemente indemne como para volver a ser el primero en la carrera.

Lo importante ahora, más que los resultados, es saber qué van a hacer con nuestros votos. En las pasadas elecciones municipales y autonómicas, muchos electores pudieron sentirse defraudados ante lo que algunos partidos hicieron con su sufragio: pactos imposible que nada tenían que ver con los programas con los que determinadas formaciones acudieron a las urnas. En no pocos casos, la votación a unas siglas consolidó lo que el elector trataba de evitar, por ejemplo, la permanencia en su puesto de un determinado alcalde, o el ascenso, con votación minoritaria, de otro.

Ahora toca reflexionar si esa nueva era puede o debe ser conducida por la misma persona y las mismas siglas que han protagonizado la vida política desde aquel 20-N de 2011. ¿Puede Rajoy encabezar la renovación, bien solo o con la cooperación de otra/s fuerza/s política/s? Veremos si Rajoy, que la verdad es que hizo una buena campaña, desmintiéndose a sí mismo, logra no morir del éxito insuficiente. Pero los candidatos a ocupar el sillón de La Moncloa deben, urgentemente, hacer lo que no hicieron durante la campaña: detallar, con pelos y señales, de forma lo suficientemente creíble y convincente, lo que piensan hacer en punto a reformas legislativas, Constitución incluida, qué soluciones para el embrollo catalán, que el próximo domingo va a experimentar un nuevo giro (seguramente, para mal), cómo afrontar las exigencias europeas sobre el déficit, cómo actuar en la guerra contra el islamismo, cómo lograr los prometidos —o no— puestos de trabajo dignos que saquen a la tercera parte de la población del marasmo, qué reformas poner en marcha ya en las administraciones central, autonómica y local... Si todo esto no se pone en marcha ya en los próximos seis meses, esté al frente del Gobierno quien esté, no habrá habido cambio, ni nueva era, ni nada.