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Publicado por
Rogelio Blanco Martínez. docente y filósofo, ex director general del Libro
León

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C ultura y agricultura son términos de nuestro vocabulario que comparten origen etimológico: del latín cultus=cultivo, cultivado. Cultus es el participio del verbo colere. Si al término se le agrega agri- (de ager=campo) observamos cómo los conceptos de cultura y agricultura provienen del verbo colere, que significa cultivar, morar, proteger; pero el verbo latino también dispone de otras acepciones, que aquí convienen recordar: honrar, venera, mirar con respeto.

En otro orden, excepto contadas provincias españolas que se hallan tachonadas por reconocidos y necesarios polígonos industriales, en la gran mayoría predomina el hábitat rural, aunque sea demográficamente el menos habitado. Los grandes espacios agrícolas de España siguen vivos y son eficazmente explotados tras una permanencia secular. Es cierto que la aportación al Producto Interior Bruto (PIB) hispano de ciertos sectores económicos, sobre todo los primarios, caso de la agricultura, han ido perdiendo peso, mas siguen ahí dando testimonio de un modus vivendi que aglutina a millones de españoles. Respecto de la cultura, que pertenece al sector terciario o quizá al cuaternario, debemos recordarnos algunos datos: España, junto con Francia e Italia, es uno de los espacios con mayor patrimonio cultural y así lo reconoce la Unesco con las numerosas declaraciones, también es el mayor silo archivístico del mundo y la cuarta potencia editorial tras EE UU, Reino Unido y Alemania. España es el lugar de origen de la segunda lengua internacional más hablada, detrás del inglés y la segunda lengua maternal del mundo, después del chino cantonés (lengua de carácter local). Los datos que aquí se pudieran reflejar son contundentes e innecesaria su explicación.

León, es una provincia que reúne las dos circunstancias, tras el cierre de la minería y la ausencia de industria, la agricultura es su indicador económico; por otro lado, esta provincia del noroeste hispano posee un abundante patrimonio cultural macerado siglo a siglo y preservado con anhelo por sus habitantes. También sería prolijo y contundente significar el potencial agrícola y cultural de la provincia. La singularidad de los productos leoneses, la belleza e impacto de su diversidad ecológica, la gastronomía, el reconocimiento universal de sus monumentos, la riqueza literaria, etc. Son suficientes muestras explicativas de esta competencia agrícola-cultural.

Se itera que el caso de nuestra provincia se repite en otras, por lo tanto me estoy refiriendo a una realidad española y compartida. Pues bien, ante esta realidad cargada de datos suficientes, de enormes posibilidades económicas en épocas de necesidad, de población capacitada y competente para desarrollar la actividad, pues así se viene demostrando secularmente, y ante el devenir de las ofertas de los partidos políticos más relevantes, ¿qué leemos? La cultura y la agricultura son términos ignorados, y lógicamente propuestas escasamente existentes. El olvido total en los debates más mediáticos. Por otro lado, durante la cierta y cacareada crisis los responsables políticos han llevado a cero numerosas partidas presupuestarias destinadas a la inversión cultural o sencillamente a la anulación del Ministerio competente en materia de cultura. ¡Un ejemplo de desafección!

Quien escribe ha prestado, como hijo de labradores y profesional de la cultura, —luego con cierta sensibilidad—, especial atención en los debates a las referencias citadas. Ninguna alusión. La corrupción, el problema territorial, la reforma de la Constitución, etc., —ciertamente contenidos de gran importancia—, han ocultado abiertamente a los citados espacios de los intereses de los líderes más representativos y de los cuestionarios de los comunicadores. ¡Craso error! ¿Hasta cuándo es preciso reiterar las posibilidades del mundo rural y el cultural? Se disponen de abundantes datos que demuestran que son verdaderos veneros de empleo y de riqueza. La alcanzada riqueza vial y comunicativa de España, sea de infraestructuras o digital, permite la ubicación de empresas en mayores arcos distributivos que conllevan una urgente repoblación y rejuvenecimiento demográficos. Por otro lado, esta posibilidad permite mantener una riqueza patrimonial y, cómo no, otro modo de vivir que nos concede identificación, al fin y al cabo los polígonos y las modernas calles urbanas se replican en cualquier punto del globo; y no es el caso de la singularidad que ofrecen los espacios rurales, difícilmente admiten réplica.

España es una potencia cultural se reitera, y León una realidad consolidada. ¿Qué nos queda si los responsables políticos no detienen la mirada con cautela e intensidad? Se presume que a nuestro país llegan más de sesenta millones de turistas, ¿qué les ofrecemos? Las tres «P’s» (playa, paella y puticlubs) o las tres «S’» que refieren los Sex Pistols. A la vez se proclama la necesidad de apoyar a los emprendedores a los creadores de empleo, pero ¿es necesario referir las apuestas de países como Islandia, Irlanda o Malta entre otros para señalarnos dónde hay posibilidades de riqueza, de empleo de calidad? ¡Qué ceguera habita en nuestros representantes para no dilucidar el amplio mercado que se cierne tras el español, en nuestra cultura o en nuestros reconocidos productos agrícolas. ¿Tenemos que escuchar, cada cambio de gobierno, que la Marca España está lejanamente creada al lado de Cervantes, Velázquez, Goya, Picasso o de la Catedral de León? ¿Debemos recordar que los grandes mitos de la modernidad europea (La Celestina, Don Quijote, Carmen y Don Juan) son españoles o que la provincia con más kilómetros de ruta jacobea es León? ¿Constantemente hay que ejemplificar que al lado de la inauguración de un centro cultural suceden «cosas gratas» tales como negocios? Estos son logros materiales, pues los inmateriales son extraordinarios a favor de la convivencia y de la democracia. Ciertamente, como descendientes de labradores leoneses y con una vida entregada a la cultura me lleva a la conclusiones amargas y a solicitar a nuestros representantes políticos que lean detenidamente el significado del verbo colere.