NUBESY CLAROS
Reyes y reinas
L o peor que le puede pasar a las reivindicaciones por la igualdad de género, hoy tanto o más necesarias que antes, es que se pasen de frenada. Que caigan en lo folclórico o lo accesorio, que se diluyan en la anécdota, que difuminen sus principios en el chascarrillo. Es una reclamación tan trascendental que no debe permitirse un traspiés, menos aún por una causa imbécil. Lástima que sean estos tropezones los que tienen al final una repercusión más mediática, mientras la mayor parte de las actuaciones sensatas y razonadas pasan inadvertidas. Que quizá es como deben estar, porque la lucha contra todas las desigualdades debe ser más una concienzuda y constante lluvia fina que un fuego artificial deslumbrante, pero de efímera presencia.
El hecho de llevar una malentendida reivindicación a la cabalgata de Reyes de las madrileñas San Blas y Puente de Vallecas parece un buen ejemplo de este tipo de tontuna, que acaba poniendo en evidencia aquello que aparentemente defiende. Los Reyes Magos no serán allí tres varones, sino que se propone que haya reyes y reinas magos. Finalmente, ante lo irracional de cambiar la tradición y la historia, habrá mujeres disfrazadas de rey mago. Lo cual tiene por cierto poco de novedoso, y pone la guinda a una ocurrencia que tiene más de desaguisado que de propuesta sensibilizadora.
El problema no es que los Reyes Magos fueran tres tipos de distinto pelaje y color llegados de Oriente. Lo patético es que hoy haya que seguir debatiendo si cuotas sí o cuotas no en la representación política y económica. Que la brecha salarial y del empleo crezca en lugar de desaparecer. Que hay muchos lugares (no sólo lejanos) donde aún hay que convencer de que las personas somos iguales.
Lo preocupante es que la sociedad sea incapaz de romper el techo de cristal de las diferencias irrazonables. Quitarle las barbas a un Melchor de barrio y llamarle Mari Trini no va a cambiar nada de este panorama.
Las cabalgatas de Reyes son una ilusionante pantomima en la que da igual quién se esconda bajo los barrocos ropajes de terciopelo y los brillantes tirabuzones de melenas y barbas. Hombre o mujer, negro, blanco o amarillo. Son fiesta y teatro que alimentan la fantasía de los pequeños en el breve tiempo que dura su inocencia. La lucha por la igualdad no debería caer en disfraces ni teatrillos.