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Publicado por
alfonso garcía
León

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C opas sociales. Capas sociales. Casi lo mismo en algunos casos. Hay una tendencia, cada vez más acusada, a la distinción, a la diferencia. Cuando se acorta, por las mil razones que la historia puede proponer como argumento que acredita la tendencia, siempre surge un paso más, una voluntad soterrada –todo el mundo sabe dónde nace- que fragmenta nuevamente esa coincidencia. Llega un momento en que seguir esa carrera, forjada esencialmente a base de tirones imprevistos, resulta muy difícil. Imagínense una carrera en que los atletas más fuertes van arruinando las posibilidades de los otros en cada nuevo tirón. Esta metafórica carrera social a que me refiero abre cada vez brechas más profundas y entre la cabeza y el pelotón, muy descolgado, puede quedar algún corredor despistadillo que parece ya no poder ni con la risa.

Si lo dicho coincide con lo de la crisis tan socorrida, pero real, es ahora casualidad. «Es curioso advertir –escribe A. G. Bartlett en Hombres desnudos - cómo en los momentos de crisis las verdades afloran». Cierto, sin duda. Pero los cambios de ciclo o de circunstancias, sobre todo si son colectivas, tan frecuentes a todos los niveles en los últimos tiempos, permiten comprobar cambios importantes y verdades sustantivas. El año 2000, al margen de prédicas de videntes, echadores de cartas de la suerte y catastrofistas varios, supuso para nosotros un notable cambio de ciclo. El euro, ¿recuerdan? Era ya época aquella en que empezaba a estar viva la cultura del vino. No tomen los precios con total exactitud, depende de lugares y de barrios. El vino de batalla , por darle un nombre para entendernos, andaba por las cincuenta pesetinas. Con el afán del redondeo, la entrada de la nueva moneda lo puso en cincuenta céntimos de euro. Adviertan la diferencia. Coincide por entonces una estima más detallista por la salud. «Me dijo el médico —era, y es, frecuente el argumento— que podía tomar un vino, pero bueno». Y se generalizó en algún sentido, al margen de esa aludida cultura del vino, pedir «un bierzo», «un rioja», «un ribera»… y vaya usted a saber cuántas modalidades más dentro de ese variado abanico que los vinos ofrecen. Pedir un vino se convierte a veces en un galimatías. Y se generalizó o se intensificó la costumbre, en algunos lugares o barrios al menos, de servir el de batalla o de la casa en copas pequeñas y de tralla, mientras que otras, estilizadas y de cristal fino, según recomiendan los entendidos —y aquí la gama tampoco tiene límites—, sirven para el vino recomendado por el médico, para los que desean otra calidad, para los degustadores o para los que pueden y quieren hacerlo. ¿Entienden ahora por qué el mostrador de un bar es también un mostrador que exhibe –y señala- copas sociales, capas sociales? A veces uno echa de menos los campanos. De cualquier forma, brindo por ustedes, por un buen año para todos. Que así sea.