La opinión del lector
Vegamián y sus misioneros
A pesar de que el inolvidable pueblo de Vegamián permanece oculto bajo las aguas del pantano del Porma, los destellos de sus suaves ondas, en días de viento frío de la montaña, se esparcen por todo el Olaneta, a través de sus hijos, que aún perviven. Hace poco hablábamos de un mártir en las islas Carolinas, de un obispo misionero de Venezuela, de escritores y científicos en España y América.
Hoy toca resaltar la labor evangélica de un misionero en Argentina que celebró sus bodas de oro sacerdotales el día 18: el padre José Castañón Martínez, superior provincial de los misioneros de la Sagrada Familia.
Nació en 1942 y es el sexto hijo de una familia de doce hermanos que poblaron de pequeños las calles embarradas de la villa de Vegamián. arroyos y afluentes hundidos hoy bajo el lodo del pantano. Hijo de pequeños labriegos y de una madre montañesa, fecunda y fuerte, no sólo en el cuidado de sus hijos, sino también en las difíciles tareas agrícolas y ganaderas de la posguerra española.
Nos cuenta que, desde niño, al leer la vida de San Francisco Javier sufrió el impacto de una vocación misionera que le llevó a recorrer el mundo. A los doce años ingresó, como aspirante, en la Congregación de Misioneros de la Sagrada Familia en Arcentales (Vizcaya). Cursó humanidades en Amurrio. Allí hizo el noviciado y sus primeros votos religiosos el día 8 de septiembre de 1960. En Roma adquirió los conocimientos superiores de filosofía y teología, obteniendo la licenciatura en teología en los tiempos en que se celebraba el concilio Vaticano II. Allí adquirió la apertura y la comprensión hacia los hombres que luego intentaría llevar, como rayo encendido, en sus tareas misioneras.
En 1965 fue ordenado sacerdote en la catedral del papa, es decir en la basílica de San Juan de Letrán de Roma. Y como no podía ser menos, el río, los prados y las montañas de Vegamián le atrajeron irresistiblemente para devolver al hogar de su infancia el favor de haber nacido allí. Engalanado Vegamián, recibió al nuevo sacerdote que cantó su misa en aquella iglesia cuya espadaña todavía asoma, cuando las aguas del pantano se retiran para que el sol devuelva el polvo a sus calles resecas de lodo. Las gentes dispersas aún recuerdan aquel día esplendoroso.
De Roma se trasladó a Madrid donde realizó un curso de formación psicológica y pedagógica. Y ya adquirida la solidez de docencia y de espiritualidad, se encargó de la formación de los aspirantes al sacerdocio en el Seminario Menor de Cervera de Pisuerga. De 1970 a 1973, desempeño la instrucción de los jóvenes teólogos de Madrid. Años complicados de una realidad política que comenzaba a aparecer en España. Pero la proyección misionera de su vida tenía que cumplirse. Era lo que desde niño la había impelido a ingresar en una comunidad de misioneros. Solicitó y requirió el permiso oportuno, abandonó Madrid y el 1 de mayo de 1974 se trasladó a Argentina. Apareció en medio de una parroquia inmensa, con alto número de capillas diseminadas por las estepas de gauchos, entre gentes con necesidades en todos los órdenes y al albur de la dictadura argentina de aquellos infaustos años. De 1979 a 1982, la Superioridad de la Comunidad le exigió, muy a pesar suyo, dirigir de nuevo la formación de seminaristas en el seminario María Reina de San Miguel. Fue párroco en la Capital Federal Nuestra Señora del Buen Consejo y superior provincial de 1990 a 1996. Ahora, como superior de los Misioneros de la Sagrada familia para el trienio 2014-2017 reside en la localidad de San Miguel, cerca de Buenos Aires. Allí celebró sus bodas de oro y desde León le enviamos nuestros mejores deseos y recuerdos.