Diario de León
León

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El frío es un gran espantador de turistas. Y el turismo es gasolina para la recuperación económica. Aquí no estamos como en Benidorm, pero tampoco vivimos en iglús. Nuestro frío es fiable como animal de compañía. Con toda la razón, los leoneses protestamos porque en las previsiones sobre el tiempo se diga que en León nos transportamos en trineo. Nuestro frío no hiere con zarpa de fiera, eso era con la Legio VI. La propia Asociación Estatal de Meteorología admite que los partes con nuestras bajas temperaturas no dan datos rigurosos, pues se obtienen en La Virgen del Camino y con el medieval sistema de sacar el dedo por la ventana, pues el presupuesto no da para más tecnologías. La protesta de nuestras empresas de hostelería y del Ayuntamiento de León no es pataleta cazurra. Pero esta leyenda negra sobre nuestra rasca viene ya de antiguo. Hace más de treinta años, cuando me vine a trabajar de Madrid a esta ciudad mi madre me metió en la maleta dos marianos y diez cajas de kleenex, en vez de un puro para el señor director. Los amigos me regalaron El doctor Zhivago. Un tío mío me hablo de sabañones del tamaño de sandías. Y una vecina me advirtió que aquí tuviese cuidado con el Yeti. Luego han sido cuatro catarros, no más. Eso sí, para que viniera alguien a verme tuve que recurrir al reclamo de la cecina. La leyenda negra de nuestro frío intimida a quien no nos conoce. Por tanto, exijamos que el parte incluya nuestros grados reales, pero ni uno menos. Hay un amplio ropero de posibilidades intermedias entre ir por Ordoño en camiseta de Naranjito o con abrigo de mamuts.

La diferencia entre la temperatura real y la anunciada puede llegar a seis grados. Mucho. Por bajo marcan la diferencia entre cruzarte en Ordoño con una morsa o con un bañezano con bigote. Entre el agradable fresquete y el terrible escalofrío. Entre recibir turismo de interior o, ay, de interioridad.

Una vez detectado el origen del problema, que no es tan frío el león como lo pintan, las instituciones competentes han de solventarlo con celeridad. Aquí ¡achises! los justos. Y cuando no hay más remedio, pues también tenemos nuestros días terribles, la mejor bufanda es nuestra sopa de ajo. El pimentón hace milagros.

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