Diario de León

Publicado por
Venancio Iglesias Martín Catedrático de literatura
León

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R esulta que el Espacio es cosa peliaguda de entender para una cabeza de adobe como la mía. Si encima lo mezclamos con el tiempo y la historia del tiempo, entonces que se lo queden Einstein y Hawking y sus respectivas abuelas. Espacio y tiempo juntos y revueltos con agujeros negros… ¡Vaya ensalada!

Pero ¿y las costumbres? En estos tiempos en que la gente nueva viene con ánimo de romper con todo y crearlo todo desde la raíz, también las costumbres peligran. Pero son más resistentes que esos conceptos, que hoy valen y mañana llega otro y dice que no, que ha encontrado una fórmula que le da la vuelta a todo.

Sin embargo es muy curiosa la enemiga de tanta gente que supone que todas las costumbres proceden del franquismo. De niño yo suponía que las hadas eran muy sabias pero hace poco he conocido a una que no, que es enalfabeta, como decía uno de mi pueblo. En cuanto cogió la varita dijo: hay que cambiar estas fiestas y llamarlas «solsticio de invierno». Oiga, aquello me inspiró, y me puse a escribir un poema para un concurso de poesía navideña, lleno de faltas de ortografía como correspondía a la ocurrencia: ¡vendita sea la hel-Ada / que se arremangó la falda / suprimió la Nabidad / para no dejarnos nada! Me hubiera llevado el premio porque como ven, soy un genio haciendo versos.

Olvidemos piadosamente en este punto a aquella concejala de cultura que soltaba la pasta de todos para hacer un diccionario no sexista, como ella decía, para los guajes de las escuelas. Feministas y feministos se desgañitaban defendiendo aquella magnífica gilipollez. Se supone que luego protestarían por los recortes en cultura.

Hay que cambiarlo todo. Ya, pero el lenguaje natural es muy resistente. Si no podemos cambiarlo, trabuquémoslo: a los que viven juntos, solteros, casados o amontonados llamémoslos pareja. De modo que, hace días, me encontré un antiguo alumno y me presentó a su pareja: ¿Pero no te habías casado? Sí. Pues entonces, pedazo bobo, es tu esposa o tu mujer no tu pareja. Me daban ganas de mandarte escribir quinientas veces: «No es mi pareja, es mi mujer». El muy tonto se refería a la mujer igual que Berto el de Olleros se refería a las vacas uncidas al carro: —Tengo una pareja de ratinas…

Al espacio y sin rodeos. Se me ha perdido casi «el espacio de entonces». ¿Qué quiero decir? Que el espacio es cosa del tiempo pasado, del pretérito perfecto, que es donde al espacio se le ve el pelaje y se le llama «espacio de la nostalgia».

Todavía da risa el espectáculo. ¿Quién no sabe lo que es un patio? Pero la palabra se hace plena de tiempo cuando se le pone un calificativo: patio de la cárcel, patio interior, patio andaluz, patio de los leones, etc. El ambiente decidía de qué patio se trataba: si hablabas de un colegio ya se sabía lo que era el patio. El nombre de «patio escolar», lugar cerrado de recreo en la marcha de las clases de un colegio, no ofrecía dudas, aunque a veces y por reír, lo llamáramos «el patio de los leones». Sin embargo el patio empezó a teñirse del color del franquismo.

Esto era cuando la Logse y sus profetas. Consulté a un sabio de aquella izquierda nuestra y me aseguró que, en fin, queeee… la libertad de los guajes y las guajas; que había que abrir las puertas del centro para que entrara el perfume de la libertad; que los chicos y las chicas tenían derecho a salir un rato para desconectar de los profesores y las profesoras; que la enseñanza tenía que ser muy lúdica porque los profes y las profas éramos muy aburridos y —¡hallazgo pedagógico si los hay!— que incluso «el aula tenía que convertirse en el espacio lúdico del saber». ¡Aprender jugando y jugando a aprender! Esta era la buena nueva de la nueva pedagogía.

—Pero, oye, —respondí, no sin sorna— que somos responsables de la seguridad de los guajes y puede pasarles cualquier cosa mientras están fuera del patio… no deberíamos alienar la responsabilidad en la policía y el policío, que bastante tienen.

—Ya, bueno, —me respondió— pero los alumnos y las alumnas tienen que acostumbrase a ser libres en la ciudad y conocerla, y el Ayuntamiento debe asumir sus responsabilidades porque lo guajes y las guajas, cuando salen del centro, son ciudadanos y ciudadanas como los demás. Es que hay que cambiar. Hay que evolucionar, Venancio… En Sumerhill… Todas estas simplezas repetitivas de masculinos y femeninos me dijo el tipo.

Al poco tiempo el perfume de la libertad era el aroma del hachís y los camellos esperaban, a la puerta del patio, la hora del recreo. Pero, fíjense ustedes hasta donde puede subir el imbecilómetro. La misma Logse había tomado cartas en el asunto y había cambiado el nombre del «patio escolar» e, insisto, yo creo que porque olía a represión y recinto cerrado, a franquismo o colegio de curas, sin libertad para «los alumnos y las alumnas». ¿Qué nombre le sacudió? ¡Siéntate lector, no te caigas de culo! «Espacio de ocio». ¡Tócate el periscopio don Procopio! Manolito, ¿dónde está Pedrito? En el espacio de ocio, don Leoncio! La cosa no quedó ahí.

Viniendo de Asturias un día, ¿qué vi? Cuando llegué a la gran rotonda de los hospitales leoneses vi un cartel enorme de tamaño muy superior al del «Hospital» ¿Qué decía? «Espacio de silencio» ¡Einstein, Hawking y pedagogos hasta en la sopa! Entonces, bajé el cristal de la ventanilla y grite rojo de cólera antes de que se abriera el semáforo verde: —¡Socorro, los pedagogos rojos se han metido en el Hospital!—.

Un año o más debió de estar allí el cartel. Por suerte algún médico sensato debió de conseguir que quitaran aquella injuria para la inteligencia del más tonto. Deberían haber denunciado al gestor por gastarse los cuartos destinados a algodón o sábanas o camas en semejante idiotez aunque, bien mirado, quizá pasaba como con los carteles del Plan E que se prodigaban por doquier, y la empresa encargada del asunto los ponía de dos en dos donde hubiera obra:

—Oye, —me dijeron—. Es que los carteles son parte del Plan porque dan trabajo y dinero a empresas de diseño y publicidad.

—Ah, entonces me callo. En Méjico hacen lo mismo con los carteles que dan dinero: el cartel de Medellín, el cartel de Sinaloa…

¡Oh, León! ¿Cómo llamaremos a León? ¿Espacio de cazurrería? Lo llamaremos espacio de escritores, novelistas y académicos, porque das una patada y salen a cientos? A La Bañeza la llamaremos Espacio de Poesía como dice Afrodisio, de poesía y de fabes que dicen los bañezanos. A Astorga, Espacio de Romanidad o, por lo menos, Espacio Gaudiano… Esto pensaba yo en la plaza de la catedral, embobado como la primera vez que la vi. ¿Cómo llamaremos a esta plaza?

Sí, así estaba embobado, cuando me asaltó por detrás un pedagogo, me sacudió un cate como el que le pegaron a Rajoy, al tiempo que me gritaba: «Espacio de Incredulidad», idiota. Y aquí acertó el pedagogo, porque sigo mirándola y no me puedo creer que sea tan bella. Ya verás como algún alcalde la manda pintar de rojo-titanlux. ¡Abajo Einstein, Hawking y la pedagogía!

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