Diario de León
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A cualquiera con dos dedos de frente se le dispararían todas las alarmas si le hablaran de ‘repavimentar’ la plaza del Grano. No hace falta ser un presunto experto en nada, ni asesorar a los que asesoran, ni autodenominarse conservacionista, progresista o ser directamente de esos a los que el inconfundible Groucho facilita su apellido a la hora de buscar una etiqueta.

Da lo mismo si el Bernesga se desborda por León o si por una vez nada o muy poco tienen que ver los del Pisuerga. Se aplica lo de ‘por mis santos...’ y no sirven de nada ni argumentos, ni proyectos que ponen negro sobre blanco, o incluso personas con problemas de movilidad a los que se les impide el acceso a un lugar emblemático de su ciudad.

Cuando las cosas se argumentan a golpe de medias verdades se cae en el todo vale. Aquellos 800 años en los que nunca se había tocado ni una piedra descarrilaron directamente con una entrevista publicada en estas páginas a Pelayo Seoane, el cantero que en febrero de 1989 levantó en su integridad la plaza del Grano para solventar los problemas detectados entonces.

El conservadurismo ese con rancio olor a naftalina es capaz de llevarse por delante incluso el derecho de las personas que residen o pasan a diario por la plaza de tener una movilidad razonable, especialmente en el caso de unas aceras que siempre han sido el centro de la primera actuación proyectada. O evitar que las calvas sin piedras sigan en aumento, o que sufra los graves problemas de falta de desagüe...

Qué se lo pregunten a los de Boñar, que aún lloran el inmovilismo con un negrillón que hincó la rodilla sin que nadie tomase cartas en el asunto...

Parece que todo da lo mismo, porque al final las cosas dependen del cristal con que se miren. Se pasa de una restauración a un ataque contra el patrimonio con un golpe de click en el correo electrónico. Como se camuflan presuntos comités asociados preferentemente a Naciones Unidas con un poco más de bombo cuando al rascar queda poco más que conocidos o tal vez compinches.

Con esos parámetros inmovilistas quizás el mayor atentado contra la cultura rural española fue el de aquellas corrientes de hace un siglo en favor de la educación universalizada que propició la inclusión como artículo 4 en la Constitución de 1931 de una obligación para todos: saber la lengua española. Cuánta riqueza etnográfica perdida... ¿Demagogia? En esas estamos. ‘Repavimentándola’.

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