Diario de León
Publicado por
Juan Carlos Viloria
León

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A rranca el año 2016 con varios pelotazos pasando factura en el banquillo de los acusados a los ‘listos’ que aprovecharon la euforia financiera pública y privada de los primeros años de la década para llevárselo a paletadas con más o menos descaro. Unos vendían proyectos deportivos insensatos, patrocinios reales o inventados, sinergias de grandes empresas y apoyo de políticos con poder y manga ancha. Otros vendía futuros tan vacíos como el aire de los molinos que prometían energía limpia mientras el dinero sucio pasaba de mano en mano. El sistema miraba para otro lado porque, a fin de cuentas, parece que al final habría para todos. Las cajas de ahorro concedían créditos de muchos ceros a chavales recién licenciados en la construcción para que se compraran un Seat León y se fueran de vacaciones a la India con su novia. Cualquier empresa de medio pelo pagaba de 5.000 euros para arriba por un conferenciante mediocre en un ciclo sobre: ‘Mundo digital y mundo global’, redactada por Mr. Google. Cantantes y grupos con un par de discos en el mercado asaltaban los presupuestos municipales para fiestas poniéndose el caché de Sinatra.

Solo había que tener un amigo en la concejalía de fiestas de la ceja o la gaviota para hacer la temporada con una docena de bolos. Y, naturalmente, «esto te lo pago en B y esto lo ponemos en A». Nunca como entonces prosperaron las empresas de comunicación, asesoramientos fiscal, eventos, conseguidores, intermediación y marketing. Un teléfono y una buena agenda telefónica era suficiente para entrar en el presupuesto de comunidades autónomas y municipios de cualquier color político o en empresas que acababan de descubrir eso de «hacer marca» poniendo el nombre de la compañía en el mayor número de eventos posible. Un futbolista retirado con buena pinta y labia cultivada era capaz de facturar millones por conferencias sobre liderazgo, trabajo en equipo, motivación y toda la sarta de palabras tan mágicas como fútiles.

En un país con un 20% de empleo sumergido, una moral fiscal relajada y poca consideración con el dinero público, el humo se vendía de maravilla. A unos los pillaron; otros fueron más listos o tuvieron suerte. Y ahora cuando parece que se han estrechado los márgenes de la moral y la justicia y la UDF olfatea el rastro del dinero con diligencia mientras la Agencia Tributaria repasa las declaraciones se cierra el ciclo. Pero puede abrirse otro, el de la venta de «humo político». Ahora cotiza al alza el negocio de promesas por votos. Yo te aseguro un sueldo para toda la vida, que a los bancos los ataremos en corto, que los ricos pagarán el pato, que la sanidad pública será como la privada americana, que todos seremos iguales, que mañana seremos independientes, que todo será transparente, que si uno no cumple sus promesas lo podrán echar los electores. Y dos huevos duros.

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