Diario de León

FRANCAMENTE

El eucalipto para las cataplasmas

Publicado por
juan carlos franco
León

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Y a me he referido otras veces a la tienda de Celedina, donde solíamos comprar desde nuestras playeras ‘Cadena’ —espera que no se vuelvan a poner de moda visto lo que ha pasado con las niubalans— a aquellas Mirindas de naranja antes de enfilar el camino a Roma. Es un recuerdo recurrente cada vez que rebusco imágenes de mi infancia. Imágenes como la de la gran poza situada en el medio del pueblo. A mitad de camino entre el viejo cementerio y la casa de mis abuelos, y que en aquellos inviernos, —no sé si es que en verdad eran muy fríos o por aquel entonces se colaba la rasca por los agujeros de los jerseys que confeccionaba la madre mucho mejor que por los de ahora, incluso puede que las dos cosas, pero solo su recuerdo me produce tiritona— acumulaba helada sobre helada. Allí patinábamos hasta que uno de los menores metía la pata —en el sentido literal— abriendo un boquete en la capa de hielo y ponía fin a la diversión.

Entonces llegaba el momento de reconfortarse con el calor del hogar. Ya antes de entrar en casa, es de suponer que el aroma se había escapado por la gatera, uno ya tomaba contacto con el olor a mentol que desprendía el bote con hojas de eucalipto que mi abuelo mantenía durante todo el invierno en la chapa de la cocina. «Esto ayuda a abrir los pulmones», decía —muchas veces pienso que el iniciarme en el tabaco de la mano de los cigarros mentolados se lo debo a aquel bote—, mientras reponía una y otra vez, hora hojas, hora agua, que mantenía en constante ebullición. Si el remedio preventivo no era suficiente para atacar a los males invernales, siempre habría una cataplasma a base de salvado y eucalipto que aplicar al pecho a la hora de dormir —y sin pagar derechos de autor al Viks vaporub—.

No era fácil aprovisionarse de las hojas para combatir los resfriados, y los mayores se encargan transmitir las coordenadas en las que se encontraban tan raros ejemplares, como de igual forma conocían los lugares donde manaban las fuentes o se podían recoger las mejores ‘manzanillas’.

Eran tiempos en los que los mayores cuidaban de las riquezas que atesoraban los pueblos. En los que velaban por mantener el equilibrio del entorno a su morada habitual. Tiempos tan lejanos y distintos a los actuales en los que todos se sacrifica por la rentabilidad.

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