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Q ué callado se lo tenían. Ellos, siempre en cabeza de las estadísticas de todo cuanto remite a la pulcritud en términos morales. El país de la Unión Europea con menos casos de corrupción política. Los campeones en el respeto a los Derechos Humanos. Dinamarca, un país para soñar. O eso creíamos hasta que llegaron los refugiados (por millares, algunos rechazados por Suecia, otro mito que se tambalea en el ranquin del «buenísmo» social) y empezaron los problemas y con ellos afloró la verdadera naturaleza de quienes gobiernan este «paraíso « de cinco millones y medio de habitantes.

Un país cuyo Parlamento acaba de aprobar por abrumadora mayoría (las derechas y los socialdemócratas) una ley que permite despojar de sus escasos bienes a refugiados y emigrantes. Para costear la acogida les serán confiscados dinero y pertenencias por un valor el equivalente a 1.300 euros. Como se sabe, la mayoría son refugiados que huyen desde la guerra civil en Siria o de los terroristas del Estado islámico.

En Bruselas y en otros lugares de la UE se oyen voces escandalizadas ante una iniciativa que recuerda las prácticas llevadas a cabo por los nazis alemanes durante la II Guerra Mundial contra los prisioneros judíos deportados a los campos de exterminio. Algún lector pensará que hay un punto de exageración en este apunte. Le doy la razón.

Es una exageración consciente. Puedo entender que las autoridades danesas se sientan desbordadas por la llegada masiva de refugiados procedentes de Alemania.

Esa circunstancia podría explicar que en la misma sesión parlamentaria en la que dieron luz verde a la confiscación de bienes aprobaran una norma que endurece las condiciones para el reagrupamiento familiar (un mínimo de tres años de permanencia en el país), pero nunca entenderé una iniciativa tan humillante como es despojar de sus escasas pertenencias a quien huye del terror o de la muerte. En más de un caso, víctimas, además, de los traficantes de seres humanos a los que acudieron para huir de la guerra y llegar hasta Europa.

Theodor Adorno se preguntaba si después de Auschwitz sería posible escribir poesía. No sabemos qué diría si cayera en la cuenta de que el Parlamento danés aprobó tan polémica medida la semana en la que se cumplían 71 años de la liberación por el Ejército soviético del citado campo de exterminio. ¡Caramba con Dinamarca!