TRIBUNA
El camarote de los hermanos Marx
E n una de las estrechas calle de nuestro viejo Barrio Húmedo, aún quedan pasquines de propaganda política del último encuentro electoral pegados en algún sitio de difícil acceso; por eso quizá permanezcan a la vista de ignorados traseúntes. Me cuento entre ellos, y siempre que paso cerca no deja de sorprenderme uno en que aparece la cara de un dirigente comunista con mirada dulcificada por efecto de las modernas técnicas del photoshop. El slogan es concluyente: «por un nuevo país». Sinceramente, después de muchos años de estar en el escenario político, bien como actor directo, como asesor, como periodista de lance, incluso en un ya lejano día, como profesor de Ciencia Política (al igual que ese famoso señor de la coleta, y en el mismo sitio), sigo sin entender el mensaje. ¿Qué país quieren fundar de nuevo estos iluminados?
He tenido la gran suerte de poder viajar a lo largo de casi 50 años por medio mundo, mayoritariamente por todos los países de Europa Occidental, (Gran Bretaña, Francia y Alemania de forma más frecuente). He conocido sus métodos, costumbres, vida cotidiana etc.. En términos generales aquello nada tiene que ver con lo nuestro. Desdoro para nosotros y suerte para ellos que, con errores y fallos de sus sistemas colectivos (que los hay) sin embargo están a años luz de esta sociedad española «plurinacional» (Iglesias dixit), cateta, cutre, analfabeta y cuasimedieval. El resultados de las elecciones generales de 2015 arrojó un resultado final que es simple continuación de las locales y autonómicas de unos meses antes. Bien por el escenario económico-social que ha producido la crisis que se arrastra furiosamente desde hace diez largos años, ya que por mucho que digan los políticos, en 2005 había necesidades perentorias en nuestra sociedad. Bien sea por la corrupción generalizada de partidos, sindicatos y de un sector nada desdeñable de la sociedad civil, o también por la nefasta gestión de los partidos a todos los niveles (local, autonómico y nacional), una gran masa de españolitos de a pie se ha decantado por fórmulas de convivencia social y política que nada tienen que ver con lo que ha imperado en España en el último medio siglo, inclusión hecha de los últimos años del franquismo decadente. De esta suerte, en muchas grandes ciudades (Santiago de Compostela, Valencia, Cádiz, Zaragoza, Córdoba, Madrid o Barcelona, entre otras muchas) y en la mayoría de las autonomías (prácticamente todas menos Galicia, Castilla y León y País Vasco), se ha instalado, como conductora de sus designios y de su gobernación, una fauna política que su sola visión de hacer y deshacer, hace unos pocos años simplemente, nos habría hecho salir corriendo despavoridos en busca de mejor destino.
No son solamente los despropósitos de ejemplares como Carmena, El Kichi, Colau o la Oltra valenciana, sino que vemos en lugares de conciencia nacional de toda la vida, tal que Navarra, a los etarras encaramados en los sillones de los despachos desde donde se dice y se hace no se sabe qué. Los grandes pensadores españoles del XIX, y algún político (Donoso Cortés, Salmerón, Costa, Moret, Castelar, Cánovas, Azcárate, Giner....), los grandes maestros del XX, filósofos, intelectuales, políticos, pensadores, historiadores (Ortega, Marañón, Unamuno, Américo Castro, Vicens, Laín Entralgo, Fontana, Besteiro, Llopis, Zubiri, Morente, Asín Palacios, Aranguren, María Zambrano, Ferrater Mora, Marías, Albornoz, Madariaga, D’Ors, Lapesa, Cajal, Diez del Corral, Truyol i Serra, Maravall —padre— y un larguísimo etcétera), a buen seguro que se rasgarían las vestiduras en viendo la variopinta troupe de zascandiles de tres al cuarto que se ha adueñado de los escaños del Congreso. Incluso políticos de la izquierda civilizada (Guerra, Felipe, Leguina, Castellano, Borrell, o los ausentes, Carlota Bustelo, Gómez Llorente, Fdez. Ordóñez o Nicolás Redondo y otros muchos) están —y estarían— pasmados ante el panorama que tenemos instalado delante de nosotros sin aparentes síntomas de solución.
España lleva dos siglos dando tumbos; desde la Guerra de la Independencia, de la ascensión al trono de un malnacido como Fernando VII, de una mitad del XIX con guerras continuas (las carlistas las más cruentas) de una pérdida total del imperio ultramarino, de una primera República tan sumamente nefasta (sólo hay que mirar las actas de las sesiones plenarias para echarse las manos a la cabeza) y de una dinastía borbónica tan truculenta hasta época recentísima (Felipe VI parece de otro costal a Dios gracias), que a las mentes sensatas —que alguna queda— no le debe de extrañar el haber desembocado en una situación social y política absolutamente esperpéntica.
Las dos legislaturas de un iluminado como Zapatero, que tanto daño ha causado a este país, que tantas críticas ha recibido de los socialistas moderados, y cuya continuación ha sido esta nefastísima singladura de Rajoy que tanto ha perjudicado igualmente a las capas sociales más desafortunadas, han propiciado la quiebra del bipartidismo (que no es un mal intrínseco en un país civilizado) y la aparición de una subcasta de arribistas, que se autodenominan políticos, que a buen seguro va a poner en serio aprieto el futuro de este país que se debate en el lodazal de sus errores, preso de la apetencia descarnada de sus políticos de medio pelo y de los emergentes perroflautas trepando a la tarima del poder decisorio. El resultado de este dislate mayúsculo es el nacimiento de una sociedad aturdida y cabreada que no sabe muy bien qué camino tomar.
Lo de Cataluña es el ejemplo vivo de la dejación de funciones de un gobierno nacional sumido en el caos de la inoperancia y la cobardía más profunda.
La situación española, en el contexto de una situación normal del panorama internacional se haría difícil pero llevadera. En la hora actual, el mundo se mueve sobre un polvorín. Lo de Charlie Hebdo fue un aviso serio que se vio rematado de forma contundente hace poco más de dos meses de nuevo en París. Estados Unidos se ha distanciado claramente de Europa y sus graves problemas. En la marea de los ‘refugees’ hay trigo que no es limpio. Turquía mira de reojo a una Rusia que está con la maza levantada. Oriente Medio está a un paso de la guerra entre Irán y Arabia Saudita, mientras en Siria sigue una contienda despiadada que parece no tener fin. Israel cada vez más aislada, los yihadistas poniendo bombas por todo el mundo, y Latinoamérica (México, Honduras, Guatemala, Venezuela y Argentina) presa de sucesos cada vez más graves. En el caso concreto de Venezuela, la confrontación civil puede producirse en cualquier momento. Esta radiografía mundial en nada ayuda al nuevo proceso que se abre en España lleno de zozobra, incertidumbre y fundado temor.